El calor de las mantas envolvía por completo el cuerpo del joven castaño, pero no bastaba para ahuyentar el frío que se aferraba a su piel desde dentro. Sus cabellos rebeldes se esparcían sobre la almohada, y su mirada verde vagaba perdida a través de la ventana. Afuera, la noche parecía tranquila, ajena a la tormenta que se desataba en su interior. Aquel cuarto, al menos por ahora, le ofrecía un refugio, una ilusión de seguridad después de lo ocurrido hace unas horas.
Llevó las manos a sus mejillas, intentando anclar su mente en el presente, buscando algo, lo que fuera, que le devolviera el control. Pero el miedo seguía ahí, latente, acechándolo en cada rincón de su cuerpo. Su padre lo había tocado otra vez. Había sentido el ardor de aquellas manos recorriendo su piel, la asfixiante cercanía de su aliento, el repulsivo sabor de su boca invadiendo la suya, los labios agrietados atrapándolo como una prisión.
Su respiración se aceleró de golpe. Estaba recordando demasiado.
Un sollozo ahogado escapó de su garganta. Lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas, empapando la almohada, tiñéndola con su dolor más profundo. Su pecho subía y bajaba con jadeos irregulares, y sus labios, enrojecidos de tanto morderlos, temblaban entre intentos fallidos de contener el llanto. Quería gritar. Quería expulsar toda la ira que había acumulado a lo largo de los años. Quería arrancarse de encima la sombra de aquel niño herido que seguía atrapado en su interior.
Pero no podía.
Se estaba desmoronando, y nadie lo veía. Nadie notaba cómo, poco a poco, cada parte de su ser se hundía en un abismo del que no podía escapar.
Entonces, las palabras de su padre volvieron a resonar en su mente, como una melodía macabra que no podía acallar.
Una canción aterradora que nunca dejaba de repetirse.
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—Sobre tu novio.
Aquella última palabra congeló su ser por completo. Fue como si le hubieran arrojado un balde de agua helada encima, dejándolo sin aliento.
—¿Mi n-novio? —El castaño mordió su labio inferior al tartamudear. No podía ser tan obvio… porque eso era justo lo que él quería.
—¿Crees que no te he estado observando?
La mirada del hombre mayor perforaba la suya. Ojos verdes contra ojos verdes, brillando con una intensidad peligrosa: los del padre, por excitación; los del hijo, por el miedo de haber sido descubierto.
—Caminando por la acera con aquel chico de piel morena… tomados de la mano… siempre juntos. No tuve oportunidad de conocerlo, aunque me hubiese gustado saber qué piensa de mí. De conocer al padre de su pareja.
Su mano se deslizó descaradamente por la mejilla del castaño. Will reaccionó al instante, apartándola con brusquedad.
—Él no tiene nada que ver —respondió con voz gélida. Su tono cortó el aire como una hoja afilada.
—¿Estás seguro?
La pregunta hizo que su estómago se revolviera. De repente, su cabeza latió con un leve dolor. ¿De qué se suponía que tenía que estar seguro?
—Debes querer mucho a ese chico para ni siquiera querer pronunciar su nombre —continuó su padre con ironía—. ¿O acaso solo fue algo pasajero?
—No… Demian nunca lo sería.
Will sintió cómo el mundo se detenía. Sus propios ojos se abrieron como platos al darse cuenta de lo que acababa de decir. Se mordió las mejillas con fuerza, sabiendo que su padre había logrado exactamente lo que quería: escucharlo de sus propios labios.

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𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚
RomantizmWill quería un trabajo para poder salvar a su abuela, mientras luchaba con sus pesadillas, y Demian estaba cansado de escribir cosas de amor sin aún conocerlo. ¿Y si lo único que necesitarán es la simple compañía del otro?