Bella durmiente

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Caminando torpemente por el pasillo, arrastró los pies hasta que llegó al comedor.

—La bella durmiente despertó —escuchó, y miró con algo de odio al muchacho que pasó junto a ella, era moreno y llevaba unas grandes gafas, aunque tenía un leve parecido a Yoko.

Un gruñido bajo hizo que el chico se encogiera un poco.

En menos de un segundo, sintió unos brazos rodearla en un abrazo, apretándola lo suficiente como para hacer aparecer una mueca en su rostro.

Enfocó su vista en el cabello azabache de quien la abrazaba.

—Pugsley, vas a romperme —murmuró, con apenas aire por la fuerza del abrazo.

Su hermano la soltó al instante, alejándose un poco, pero aún sosteniéndola por los brazos, murmurando un "Lo siento", varias veces, mientras sonreía.

Merlina respiró el olor familiar de Pugsley, arrugó un poco la nariz, nunca había sido su aroma favorito, y era más fuerte de lo que recordaba.

Ella asintió, sonriendo, para que dejara de pedir disculpas.

—¿Qué te has hecho en la cabeza? —murmuró, mirando aquella chica que ahora tenía flecho, hacía verla incluso más gótica de lo que siempre pareció.

—¿Y quién habla? Pareces uno de estos emos depresivos —contraatacó. Pugsley se había dejado crecer el cabello, tapándole gran parte de la frente, casi llegándole a los ojos.

Pugsley rió, la volvió a abrazar, Merlina hizo un esfuerzo para devolverle el gesto, el sueño se había despejado y su cuerpo volvía a doler, así que el sólo mover sus brazos le dolía.

Al separarse, el azabache frotó sus ojos, despejado una lágrimas, cosa que de alguna manera le dolió a su hermana.

—Tienes que tomar algo —le dijo, un poco más tranquilo—. ¿Puedes caminar? ¿Te ayudo?

Merlina negó, por más que le hubiera servido la ayuda, quería hacerlo sola, por orgullo.

Al llegar a la mesa, se sorprendió cuando Yoko acomodó una silla para que se sentara.

—¿Quieres un té? —preguntó la castaña—. Normal, saborizado, con miel... ¿O prefieres una chocolatada?

Merlina lo pensó un momento.

—Creo que quiero algo que me haga más dulce... Chocolatada, por favor.

Yoko asintió, fue hasta la cocina para preparar lo que le había pedido.

Al voltear, se encontró con la mirada de Pugsley sobre ella.

—¿Sabes cuánto te extrañamos?

"Mierda", pensó, frunció sus labios en una mueca, sabiendo que el otro iba a empezar la conversación que no quería tener, no sabía si había creído que durarían más tiempo sin hablar del tema o qué, pero no se sentía lista.

—N-No puedo-

—Ya lo sé, Mer —la interrumpió—. Dios, ¿creías que no lo sabía? Nuestra familia es da las más importantes en nuestra ciudad. ¿Crees que no contratamos detectives privados? ¿O que no mandamos a unos cuantos a golpizas porque no querían hablar?

La pelinegra quiso desaparecer, cerró con fuerza los ojos, frotando su rostro.

—¿Por qué no nos dijiste? ¿Por qué te fuiste sin más?

La pálida negó varias veces.

—No quería decirlo —murmuró—. Es vergonzoso, es horrible, me sentía mal conmigo misma... No quería que me vieran como una vergüenza.

delta; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora