Especial de San Valentín.

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• Este es un extra dentro del libro, no afecta el transcurso de la historia ni altera ningún personaje. Queda a su criterio leer este bello y pequeño capítulo o no.

14 de febrero
2:19 P.M.

Busqué a Dabria entre los pasillos, cerca de la torre donde solía habitar cuando era pequeña, pero no la encontré.

—Disculpe, ¿sabe dónde se encuentra su alteza, la princesa? —le pregunto a uno de los sirvientes que estaban limpiando los ventanales.

—En su patio de flores, señor, ¿requiere de su presencia? —me inquiere, dejando de lado lo que está haciendo para ayudarme.

—Yo iré a buscarla, no se preocupe —le digo, negando con mi mano.

Asintió con su cabeza y le agradecí, me di la vuelta para marcharme pero por el rabillo del ojo observé cómo inclinó su torso hacia enfrente, puse mi mano sobre su hombro para que no cayera y moví el peso de mi cuerpo a su favor por si era necesario cargarlo.

—Oh, una disculpa, pensé que iba a caerse —le aclaro, recuperando mi postura y retirando mis manos de su cuerpo—. No se tiene que reverenciar para mí, yo también le sirvo al rey. —Le regalé una sonrisa y antes de irme le agradecí su ayuda.

Me dirigí a uno de los tantos salones que obligan a su antigua torre a esconderse en los lugares más remotos de castillo; tuve cuidado con mi vestimenta nueva, que me compró ella, cuando salté desde la ventana hacia afuera, esto con tal de no tener que ir hasta la entrada del castillo solo para salir al exterior.

Corrí hacia su campo pero divisé una figura en movimiento bajo su cúpula, me acerqué con cautela y observé cómo arreglaba la mesa que le regaló Benedict. Puso un mantel muy bonito y sobre él preparó una fiesta de té.

—¿Por qué te quedas ahí? —pregunta en voz alta—. Acércate.

Me sorprendió escucharla, porque en ningún momento me miró, siempre estuvo dándome la espalda. Acaté su orden y me acerqué rápido, salté los dos escalones para subir a su cúpula y me detuve frente a su mesa.

—Cuidado —dice después de mi estruendo.

—Lo siento —respondo en seguida, mirando bajo mis zapatos con punta de plata si había causado algún daño al suelo.

Sus risillas bailaron junto con la brisa fresca de este día tan soleado. Dabria viste un vestido rosado simple, con decoraciones moradas y azuladas; ató su cabello en un chongo, permitiéndome ver la piel de su cuello, y en sus labios carga un ligero tinte rojizo que hace que se vean preciosos.

La orquesta se asomó por una pared externa del castillo y les hice una señal con la mano, muy discreta, para que se fueran acercando poco a poco.

—¿Qué tramas, Mavra? —me pregunta sospechando.

—Nada, estrellita —le digo entre risitas, siendo testigo de sus sentidos tan agudos.

—Mientes.

—Te ves hermosa —le confieso, observándola—. Y te mentiría si te dijera que no quiero besarte en estos momentos.

Me permitió robar una pequeña fracción de atención de esas esmeraldas divinas que lleva consigo en su rostro tan perfecto, que pronto cobró un color rojizo, y le regalé una inmensa sonrisa en respuesta.

—¿Muy sincera? —pregunto entre risas a la par de asegurarla entre mis brazos.

Los violines sigilosos comenzaron a cantar la melodía, los clarinetes y flautas continuaron tocando y Dabria estaba impresionada.

El Caballero de la Reina II [La caída del reino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora