Capítulo. XII

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Siglo XVIII, 1710, 15 de abril
6:04 P.M.

Mavra lo observó indiferente, vacía, con la comisura de sus labios ligeramente hacia abajo. No forcejeaba de vuelta, estaba inmóvil, sin palabras, inexpresiva ante la extinción de su único sol. Benedict le gritaba a la cara, se lamentaba con fuerza y Mavra no tenía ninguna respuesta.

Intenté separarlos pero mi debilidad por ellos me lo impedía. Sé cómo se siente el duelo que está viviendo Benedict, aún desconozco a esta Mavra que se presentó frente a las puertas del castillo, extraño a aquella que desapareció en la carreta y también echo de menos al sol rubio y sonriente. Extraño a los que eran antes y con ello me doy cuenta de que me extraño a mí misma.

Me alejé dos pasos y visualicé de reojo a sus padres, mi mundo se detuvo por varios instantes y no me di cuenta de ello, pero apresurada ayudé rápido a Eliezer a cargar a la Aleyda desvanecida.

—¡Aleyda! ¡Amor, por favor!

—¡Señora respire! —le ruego.

Los lamentos de Benedict daban vueltas por mi cabeza, me dolía el pecho, y aun así ayude al señor Saviñon a llevar a su esposa a la casa.

—Camine despacio, no se preocupe.

—Respira profundo, Aleyda, tranquilízate.

Tomé su abanico de la mesa en la sala, se deshizo en el sillón y yo con suavidad movía el objeto cerca de su rostro para no sofocarla.

­—Llene sus pulmones despacio. ­—Respiré hondo junto a ella, hice un contacto visual muy profundo para que pudiéramos conectar y poco a poco fue siguiendo el ritmo de mi respiración.

Escuché gritos afuera, el señor Saviñon tropezándose por el nerviosismo y sin saber qué hacer, pero mi prioridad es ella. Primero me encargaré de ella.

—¡Señor Saviñon! —le grito para que venga.

—Sí, sí —tartamudea.

—Ayúdeme a recostarla, después necesito que se siente en el otro extremo y ponga sus piernas sobre su regazo —le pedí a la par de explicarle pero sus emociones lo hacían torpe y no era capaz de comprenderme totalmente.

Me ayudó a acomodarla y le puso un cojín en la cabeza para que se recargara.

—Si lo coloca aquí no va a poder respirar —le explico tranquila, de la forma más gentil posible, para que pueda estar dentro de mi burbuja anímica y así también él esté en paz—. Sígame.

Doblé las piernas de la señora Ajax hacia arriba para que no le estorbaran, guie a su esposo a sentarse en el otro extremo del sillón, le entregué el cojín para que se lo pusiera sobre el regazo y coloqué las piernas de su esposa sobre él.

—Necesito que respire profundo —levanté su cabeza desde su mandíbula para que fluyera mejor su respiración y presioné mis dedos contra el costado blando de su cuello, sentí los pequeños golpes rítmicos acelerados y me preocupé— y que tranquilice su corazón.

El señor Saviñon y yo dimos un brinco cuando escuchamos estruendos afuera, su cara decayó en la desesperación y con su mirada desgastada por la preocupación y dolor de tantos años me pidió ayuda.

—Quédese al pendiente de ella, entre más arriba estén sus piernas mejor.

Asintió tembloroso y no despegó la mirada de la respiración jadeante de su esposa. Salí corriendo en cuanto me aseguré de que él podía cuidar de ella sin mi ayuda.

—¡¡¿Por qué?!! —le grita Mavra mientras se levanta con pocas fuerzas, pero no físicas sino del corazón.

Me quedé cerca de la casa, no quise avanzar más, no podía por estar atenta a sus padres, tampoco porque confirmé que no servía de nada ponerme en medio de sus puños.

El Caballero de la Reina II [La caída del reino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora