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El día en que nos besamos por primera vez, estábamos en el lago.

Habíamos ido para descansar luego de terminar nuestros exámenes. Tú estabas pensativo, poco charlatán, pero estaba bien porque contigo disfrutaba de los silencios.

Nos sentamos entre las flores y no dijimos nada durante varios minutos, hasta que tú hablaste.

—Estaba pensando...

Reí.

—Tú siempre estás pensando, Sam.

La comisura de tus labios se alzó casi imperceptiblemente.

—Sobre la vida y los arrepentimientos —continuaste—. Hay cosas que no hacemos por miedo pero luego cuando el tiempo se acaba notamos que eso es estúpido. Porque el miedo solo lleva a arrepentimientos. Y yo no quiero tener arrepentimientos, Heather.

—Entonces... —comencé pero tú me robaste las palabras con un beso.

No sé cómo sucedió. He intentado recrear el momento en mi mente un millón de veces pero siempre hay un vacío entre tus palabras y el impacto. Solo sé que de pronto tus labios estaban sobre los míos y tu mano en mi cuello, manteniendome cerca. Y sé que se sintió como tocar las estrellas. Como respirar por primera vez luego de mucho tiempo. Como tener el universo en mis manos. Mi universo. Tú.

Tus labios no eran suaves, estaban resecos y fríos pero no me importó porque estaba besandote. Estaba besandote.

Fue un beso torpe, vacilante, esperanzado. Fue real. Fue imperfecto y perfecto al mismo tiempo.

Cuando nos separamos, tenías los ojos cerrados y una sonrisa pacífica en los labios, y nada me pareció tan tierno jamás.

Cuando los abriste tu mirada parecía decir «por favor, no me rechaces».

Y recuerdo que yo pensé «Sam, ¿cómo podría rechazarte? Sería una tonta si lo hiciera».

Así que sonreí y te besé. No necesitábamos palabras, no cuando podíamos inventar nuestro propio idioma, uno hecho de besos y sonrisas.

Memories of SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora