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Pasaron varias horas antes de que pudiera verte. Me pasé todo ese tiempo rememorando cada momento que pasamos juntos desde que te conocí, pensando en cómo no lo había notado.

Y cuando te vi sobre esa cama de hospital con cables conectados en el cuerpo me rompí otra vez. Caí de rodillas y comencé a llorar sin control cubriendo mi rostro para que no me vieras.

—Heather... —susurraste. Me pareció detectar dolor en tu voz.

—¿Por qué tú? —susurré con voz rota—. ¿Por qué tú?

—Ven.

Me acerqué, abriste tus brazos y me refugié en ellos con cuidado de no mover ningún cable. Lloré sobre tu pecho mientras tú acariciabas mi cabello hasta que mi respiración se calmó.

—Hay una madre en la habitación 5 —comenzaste a hablar con calma—. Su hijo viene a visitarla todos los días con la esperanza de que mejore. Norma tiene 77 años. Le dan menos de un mes de vida. ¿Por qué no yo? ¿Por qué ellas? Nadie aquí merece morir, pero todos hemos aceptado que lo haremos.

Me aparté para verte.

—¿Ya está? ¿Entras en mi vida, lo pones todo de cabeza y te vas? No es justo.

Tú apretarse los labios y me abrazaste más fuerte.

—No, no lo es. Pero nada en la vida es justo.

No estaba bien. No quería que te fueras. No entendía cómo habíamos pasado de estar felices besándonos a estar en un hospital con una esperanza de vida de alrededor de 6 meses desde ahora.

—¿Desde cuándo lo sabes? —te pregunté en voz baja.

Tú te tensaste pero seguiste acariciando mi cabello.

—Casi un año. El sarcoma de ewing fue imperceptible al principio. Un día estaba sano, soñando con tener un gato, publicar un libro y viajar, y al siguiente tenía un diagnóstico que lo destruyó todo. —Tragaste saliva—. Estaba avanzado pero los doctores fueron optimistas. Dijeron que tal vez... tal vez podía curarme. Y yo quise creerles pero en el fondo sabía que no sería así. Tenía antecedentes por mi abuelo, sabía lo que iba a suceder. Tuve largas sesiones de quimioterapia que me dejaron exhausto, me rasuré el cabello por eso. Mi madre me dio este gorro —lo sostenías en tu mano con fuerza— para que me sintiera menos mal por ello. Pero no funcionó. Y cada día me sentía más débil, con más dolor. Creo que el día en el que me tiraste ese avión de papel lo supe: iba a morir.

—Por eso llorabas —musité con voz quebrada.

—Sí. Sabía que el tiempo se me agotaba pero no creí... —Sacudiste la cabeza—. 6 meses es muy poco tiempo.

Esa fue la primera vez que te vi realmente vulnerable, no como la persona que finge estar bien sino como un adolescente de dieciséis años al cual una enfermedad le iba a robar su vida.

Me enderecé y cuadré los hombros.

—Entonces tendremos que hacerlos especiales.

Tú me miraste como si me hubiese vuelto loca.

—¿Qué?

—Ya me escuchaste, que los haremos especiales.

—Creí que después de saber todo esto tú...

—¿Creíste que me iría? —susurré, dolida.

Tú suspiraste, agotado.

—No te culparía si lo hicieras, Heather. Voy a morir. ¿Entiendes eso? En 6 meses, tal vez menos, voy a morir. Y tú te quedarás aquí.

Mi pecho ardió, fue un dolor lacerante que me recorrió entera. Las lágrimas volvieron a precipitarse a mis ojos pero parpadeé para que no lo notaras.

—Lo sé. Pero no te voy a dejar. No puedo.

Tú tragaste saliva y asentiste. Tomé tu mano y le di un apretón.

—Gracias —dijiste en voz baja.

Creo que yo debería agradecerte a ti, Sam, porque conocerte y estar a tu lado fue todo un privilegio.

Memories of SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora