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Cuando no estabas en la escuela o saliendo conmigo, estabas escribiendo. Estabas decidido a terminar tu novela. Te pedí un millón de veces que me dejaras leerla pero tu respuesta siempre era la misma:

—Aún no.

Cuando estabas muy cansado como para sentarte en tu escritorio a escribir, llevabas la computadora a tu cama y escribías allí hasta que te quedabas dormido y había que quitártela de encima para que no la tiraras al piso dormido.

Había un brillo en tus ojos cuando hablabas sobre tu historia, sobre tus personajes. Sentías pasión por eso. Un amor que yo jamás podré terminar de entender.

Lo único que sé es que me encantaba escucharte. Podía hacerlo durante horas y no cansarme porque cuando lo hacías brillabas más que nunca, Sam. Y yo amaba verte brillar.

Memories of SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora