Pese a que nadie lo creía posible, viviste dos meses más luego de tu cumpleaños. Fueron lo mejores y los peores meses de mi vida. Llenos de sustos, lágrimas y agonía pero también risas, besos y caricias.
Jamás me alejé de tu lado. ¿Cómo podría haberlo hecho si te amaba con todo mi corazón?
A veces solo veíamos películas en tu casa. Otras salíamos con Lena a tomar un helado o comer algo.
Esa semana había sido la peor. Ni siquiera podías levantarte de la cama. Todos sabíamos lo que significaba: la hora había llegado. Teníamos que decir adiós.
No me despegué de ti en ningún momento. Dormí junto a ti cada noche y te abracé cada día.
Intenté no llorar pero me temo que no lo logré. Y lo odié porque sabía que necesitabas que fuera fuerte pero no podía.
—¿Cómo imaginas tu vida? —te pregunté en voz baja.
—Heather... —Tu voz estaba cargada de dolor y agotamiento.
—Si pudieras vivir más. Si pudieras crecer y... —Tragué saliva—. ¿Cómo imaginas tu vida?
—Contigo —respondiste luego de varios minutos—. La imagino contigo. Viviríamos juntos, tú decorarías todo con colores chillones pero yo lo aceptaría porque te haría feliz. Y tal vez algún día podríamos casarnos y tener hijos. Una niña y un niño.
—Y un gato. Señor Mofletes.
Tú reíste bajito.
—Sí, Señor Mofletes me gusta. Y mi libro estaría publicado. Escribiría más y a la gente le gustaría. —Te detuviste y luego añadiste—. Seríamos muy felices, Heather. Muy felices.
Nos quedamos en silencio. El único sonido era mi llanto.
—No quiero que te vayas —te confesé.
Tú me abrazaste con más fuerza.
—Yo tampoco quiero irme, preciosa, pero no puedo quedarme. Lo siento.
Nos quedamos en silencio así, abrazados, hasta que volviste a hablar.
—Quiero ir al lago.
—Sam, no sé si...
—Por favor. Solo una vez más.
Asentí, incapaz que decirte que no, y fui a buscar a tu madre. Nos las arreglamos para llevarte y cuando llegamos le diste un beso y le entregaste algo.
—Te amo, mamá. Te amo muchísimo. No fallaste, me hiciste muy feliz durante el tiempo que tuvimos.
Ella rompió a llorar y te abrazó.
—Te amo, mi niño.
Parecía saber que necesitábamos un momento a solas porque volvió al auto. Te ayudé a bajar de la silla y sentarte en el suelo. Las flores silvestres se mecían con el viento. Tú suspiraste como si te sintieras en paz.
—Toma —Me entregaste un sobre parecido al que le diste a tu madre—. Léelo cuando lo necesites.
—No quiero... no quiero despedirme. —Lloré—. No estoy lista.
—Yo tampoco. Pero la vida es así. Algunos nos vamos y otros se quedan. Algún día encontrarás a alguien que te haga sentir mil veces mejor de lo que yo pude hacerlo y serás feliz con él.
Sacudí la cabeza.
—No. Eso no sucederá. Yo te amo a ti.
Te quedaste un segundo saboreando ese «te amo», casi como si quisieras guardarlo para siempre, incluso para cuando ya no estuvieras.
—Y yo te amo a ti. Pero no estamos destinados a estar juntos. Es cruel, duele, pero es así.
No respondí, solo te besé y lloré abrazada a ti.
Luego, comencé a decirte una y otra vez «te amo». Lo repetía y lo repetía para que estuvieras muy seguro de eso, y en algún momento en las siguientes horas, tu pecho se elevó y no volvió a bajar.
No recuerdo haber llorado de esa forma jamás. No recuerdo haber sentido ese dolor en algún otro momento. Quemaba. Me estaba destrozando.
Lloré cuando apareció tu madre y te vio inerte, sin vida. Lloré cuando tuve que volver a casa y enfrentar las miradas tristes de mis padres. También lloré en tu funeral, mientras veía ese ataúd que contenía tu cuerpo bajar y ser cubierto de tierra.
¿Eso era todo?
¿Hasta ahí llegaba nuestra historia?
No era justo.
No era para nada justo.
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Memories of Sam
Short StoryAlgunas personas creen que la vida es una sucesión de acciones y reacciones pero lo que no saben es que la vida son recuerdos. Eso es lo único que vamos a tener para siempre. Es lo único que nos va a acompañar hasta el último momento. Heather da la...