3 | Exagerando |

75 11 1
                                    

Dicho y hecho.

Ese comentario me dejó pensando más de lo que debía o más de lo que debía permitir. ¿Por qué? No lo sé, por más que sea cierto algo en mí decía que solo era una broma para ver si caía.

No iba a caer. Ya no sería esa Sky.

Y aunque me dejó pensando mucho, solo fueron breves momentos, los aparte pensando en... otras cosas... Cómo que volvería al Instituto, pero a mí último año, lo que me emocionó y me entristeció mucho; fueron muchos años juntos a personas que iban y venían cada año, amistades que se hicieron y se perdieron, pero sobre todo con quién conviví y, a pesar de ya no hablar o no tener la misma relación de antes, viví momentos inolvidables de risas e inventos.

También a pocos meses de acabar este ¿agradable? año, pensaba en las metas para el próximo aunque me haya hecho metas el año pasado y no cumplí ninguna.

—Gracias, Dios, por ser este mi último año —murmuré al ver el nuevo horario del instituto que habían enviado por el grupo de aula.

Bajé las escaleras con cansancio, pero me había prometido estar más entregada al estudio y en prestar menos la tarea. Todos felices, bueno no todos.

—Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde —escuché a mi mamá quejarse y a papá reírse de su expresión mientras tomaba un juego a su lado.

—Nosotros estudiábamos de siete de la mañana a doce del medio día —comentó papá tras darle un trago a su jugo.

Suspiré dramáticamente ante el comentario de papá, quién volvió a reír, pero esta vez por mí. Me dirigí hacia ellos para abrazarlos. Mamá recibió el abrazo un poco anodadada por nuevo horario.

—Y desde principios de agostos de este año hasta mediados de julio del otro año —mamá seguía muy sorprendida por el horario mientras yo me preparaba panqueques de avena y papá seguía riendo.

—Para nosotros era desde principios de octubre a mediados de julio —papá soltó un comentario que me hizo quejar.

¿Por qué yo no entraba en octubre? Hubiera dormido mucho más. Y mientras la mezcla para panqueques de avena cocinaba, mamá volvió a quejarse.

—Y lo peor es que salen a los dieciocho años —dejó su celular en la isla y se cruzó de brazos hacia papá. Él contenía sus ganas de reír.

—Amor, yo salí del Instituto a los dieciocho —le recordó papá.

—Porque repetiste un año.

Le di vuelta al panqueque y me giré hacia papá con una ceja enarcada.

—¿Cómo así? ¿No eras un buen estudiante? —curioseé su pasado. Papá hizo una mueca.

—Sí era un buen estudiante, pero el instituto donde estudiaba, antes de cambiarme al que me gradué, era muy exigente y para pasar el año te hacían un exámen final donde debías obtener por lo menos el noventa por ciento de calificación.

—¿Y cuánto obtuviste?

—Ochenta y nueve.

Fruncí el ceño, confundida. ¡¿Por qué no pasó el año?!

—¡No pasaste el año por un punto! —me expresé muy indignada.

—Sí.

Coloqué mis manos en mi cintura e hice una nueva de desagrado.

—Qué injusticia.

Papá se encogió de brazos con una media sonrisa.

—Para mí no lo fue —junté más mis cejas ante su réplica—. Si no hubiera sido por ese punto, no me hubiera peleado con otro chico, no me hubieran expulsado, no me hubiera cambiado a el Instituto San Francisco y nunca hubiera conocido a tu mamá.

Solo Seis Meses © (0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora