Capítulo 3: Miedo a nuestro futuro

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Kakashi sostuvo el ramo de flores con fuerza, las espinas clavándose en su piel enguantada. Pero el dolor físico era insignificante comparado con el vacío que sentía en su interior, un agujero negro que amenazaba con consumirlo por completo. Miró fijamente la fotografía de Kushina, sus ojos rojos e hinchados por las lágrimas derramadas. Su cabello rojo brillante, su sonrisa radiante, su mirada llena de vida... todo eso se había ido para siempre.

Se arrodilló frente a la imagen, colocando el ramo de flores a sus pies. Cerró los ojos con fuerza, las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas. En su mente, podía verla claramente, escuchar su risa contagiosa y sentir el calor de su abrazo. Kushina había sido como una madre para él, la única figura materna que había conocido en su vida solitaria.

—Mamá... —susurró, su voz quebrada por la angustia—. Por favor, necesito tu fuerza. Necesito ser capaz de soportar esto. Aún tengo a papá y a Naruto, pero te necesito a ti también. Por favor, espera un poco más por nosotros.

Un sollozo desgarrador escapó de su garganta, su cuerpo temblando con la fuerza de su dolor. ¿Cómo se suponía que debía seguir adelante sin ella? Kushina había sido su ancla, su fuerza, su razón para seguir luchando. Y ahora se había ido, arrebatada de este mundo por el egoísmo de otro.

Permaneció arrodillado por lo que pareció una eternidad, sus lágrimas cayendo sobre las flores, hasta que finalmente se obligó a levantarse. No podía seguir allí para siempre, por mucho que lo deseara. Tenía que ser fuerte, por Minato y por el pequeño Naruto.

Con pasos temblorosos, se dirigió hacia su automóvil, ignorando las miradas de lástima de sus compañeros. No quería su compasión, no quería escuchar sus palabras vacías de consuelo. Nada podría aliviar el dolor que sentía en ese momento.

El viaje de regreso a casa fue una bruma borrosa, sus pensamientos girando en un remolino sin sentido. Kushina se había ido, pero Minato y Naruto aún estaban vivos, aferrándose a un hilo delgado. Tenía que ser fuerte por ellos, tenía que seguir adelante, sin importar cuánto doliera.

Los días siguientes transcurrieron en una nebulosa de dolor y cansancio. Kakashi apenas dormía, su mente atormentada por pesadillas y recuerdos que lo perseguían sin tregua. Su único consuelo era poder visitar a Minato en el hospital, sentarse a su lado y hablarle como si pudiera escucharlo.

Una semana después del funeral de Kushina, Kakashi se despertó antes de que el despertador tuviera la oportunidad de sonar. Abrió los ojos, su mirada fija en el techo de su habitación mientras luchaba contra la sensación de vacío que lo invadía. Su período de insomnio había regresado con fuerza, dejándolo agotado y sin energías.

Kakashi se levantó de la cama y se vistió con movimientos mecánicos, su mente aún envuelta en una neblina de tristeza. No tenía hambre, por lo que decidió omitir el desayuno. Tomó las llaves y salió de su casa rumbo al hospital.

El trayecto transcurrió en un borrón, sus pasos guiados más por la costumbre que por un verdadero sentido de dirección. Antes de darse cuenta, Kakashi se encontró frente a la habitación donde se encontraba Naruto, el pequeño bebé que había llegado al mundo en medio de tanta tragedia.

Con delicadeza, Kakashi se acercó a la incubadora donde descansaba el recién nacido. A pesar de las circunstancias, no pudo evitar sentir una punzada de ternura al ver a Naruto. Era tan pequeño y frágil, y sin embargo, había demostrado una fuerza de voluntad sorprendente para sobrevivir.

—Hola, Naruto —susurró Kakashi, extendiendo su mano para acariciar suavemente la mejilla del bebé—. Lamento no haber venido antes, pero necesitaba un poco de tiempo para reunir fuerzas. Tu madre era una mujer increíble, y sé que ella habría movido cielo y tierra para protegerte.

Tú y yo, contra el mundo 「au」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora