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Otillie giró la cabeza con brusquedad y sus miradas de menta y chocolate se encontraron y fundieron en una sola. Estaba roja y parecía que iba a llorar más. Vane cerró los ojos y le depositó un beso suave en el dorso de la mano. Otro en la muñeca. En el antebrazo.
El cuerpo de ella temblaba y sentía la piel arder cada vez que Vane cubría una porción de piel con sus labios. Él la cogió por la cintura temiendo que cayera, sonrío con dulzura y fue subiendo su recorrido de besos hasta llegar al hombro. Ottilie sintió que la cabeza le daba vueltas.
Depositó el último beso en el cuello. Sus rostros estaban casi juntos. Cuando Vane alzó la cabeza para mirarle, Ottilie tenía los labios entreabiertos y respiraba de forma entrecortada.
—Si ningún caballero ha sabido ver lo maravillosa que eres, peor para ellos —susurró, sus alientos entremezclándose—. Porque eso significa que solo yo he tenido la suerte de verlo, de conocerte.
Y sin prisa, siempre dándole tiempo a que escapara, a que parara aquel incendio que ardía cada vez con más intensidad, depositó sus labios encima de los de ella. Fue un beso suave y cariñoso. Un primer beso dulce como una cucharadita de miel.
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