La sirenita no tardó en alcanzarla, y al haberse acercado lo suficiente, ambas pudieron ver que los zumbidos eran causados por los arpones lanzados desde un barco, que por su tamaño y forma parecía ser un knarr, algo extraño de ver en medio del océano, pues ese tipo de embarcación estaba diseñado para viajes cortos y poca profundidad.

Los pescadores a bordo del navío perseguían a una ballena, pues en ese entonces (y por desgracia en la actualidad no se ha erradicado del todo), era común cazar a estos cetáceos para obtener el aceite de sus cuerpos y usar las fibras que tienen en vez de dientes como material para la elaboración de algunos objetos de uso común.

Debido a que había pasado su infancia y gran parte de su adolescencia viviendo en la tierra, Anémona no había desarrollado una voz tan poderosa como la de Ari, pero con algo de esfuerzo, alcanzó la frecuencia sonora para imitar a la ballena, con lo que logró hacer que ésta se alejara de la superficie, y la sirena se dispuso a llamar hacia sí la atención de los humanos, pero al escuchar el eco de su canto, se dió cuenta de la presencia de Solveig.

Rápidamente, Anémona nadó hacia la niña y le ordenó: —¡Regresa con tu papá, es peligroso que vengas conmigo!

Pero Solveig, en vez de alejarse, se abrazó a ella: —¡No! Ven tú con nosotros.

—Por favor, regresa — insistió Anémona, tratando de soltarse de los bracitos de la pequeña, pero Solveig se sostenía con todas sus fuerzas.

Anémona no tenía tanto tiempo para decidirse, por lo que hizo un último intento de convencer a Solveig de que regresara con Ari: —Ve con tu papá, no te voy a poder proteger de los pescadores si te quedas conmigo.

Aun así, la sirenita insistió: —Pero a ti también te podrían lastimar.

—No lo harán, soy muy rápida y ya he escapado de cosas así antes.

—Déjame intentar detenerlos con magia, prometo que funcionará — rogó la niña, con rapidez que no ocultaba lo suficiente el temblor en su vocecita.

La ballena ya se había alejado, pero el barco giró hacia el otro lado, acercándose hacia donde estaban las dos sirenas. Tenían tiempo suficiente para alejarse, pero en ese caso tendrían que esperar más días y noches a que volviera a aparecer éste u otro barco para investigar su procedencia, pero eso también implicaría que habría más animales cazados y heridos, además de que la familia también pasaría más tiempo expuestos al peligro.

Anémona respiró hondo, y sosteniendo la carita de la niña, explicó: —En ese caso, quédate justo aquí. Voy a acercarme para que me escuchen y se distraigan, mientras tú haces tus runas para vencerlos, ¿de acuerdo?

Solveig miró hacia el navío que se acercaba. Ese plan no le gustaba, pero no tenía otro mejor, y soltó a su mamá. —De acuerdo.

Anémona dejó un beso en la frente de su bebé y nadó a toda la velocidad que podía alcanzar, casi dejando atrás al presunto knarr, pero volviendo junto a él con un simple y poderoso coletazo. Enseguida, se acercó a la superficie del agua, y entonando algunas notas, atrajo la atención de los navegantes. Aunque estos se dieran cuenta de que era una sirena, no los detendría de intentar cazarla, lo cual ella pensaba aprovechar para dejarlos desarmados y contraatacar.

Mientras tanto, Solveig comenzó a trazar las runas que formaban hechizos útiles para la situación, o que al menos se le figuraba que lo eran. Pero de ninguna manera causaban efecto alguno, por más que la pequeña se esforzó. Con desespero, escuchó y vió los arpones que se deslizaron por el agua, todos dirigidos hacia Anémona, quien los esquivó con facilidad, atrapando al vuelo una de esas armas y dirigiéndola de vuelta al barco, pero no con más rapidez de la que llegó una fuerte ola, que volcó el navío de un solo golpe. Finalmente había funcionado una de las palabras escritas por Solveig: "arco", con lo que el agua no avanza, sino que solamente se describe un giro al subir y bajar casi en el mismo sitio, como las típicas olas que se usan los surfistas, pero ésta con la fuerza suficiente para darle vuelta al barco.

El astro de las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora