Por suerte para Solveig, la razón por la que su amigo la llamaba era diferente, aunque aun así relacionada con la reunión olvidada por los hechiceros.

El pequeño tritón estaba muy emocionado: —Solveig, acabo de descubrir algo que nos puede ayudar mucho para que no vuelvan a quitarnos la memoria, ¡o incluso tal vez podamos crear una nueva pócima para curar el olvido!

El entusiasmo se le contagió inmediatamente a la sirenita: —¿En serio? ¿Qué es?

—Hay unas "flores del tiempo" en un reino que se llama Oldoran, que cuando las tocas puedes ver lo que pasó antes en ese lugar. Pero no son realmente plantas, son una especie de híbrido entre rocas y flores, así que no sé con qué regla de las tinturas deberíamos prepararlas. Bueno, pero me estoy adelantando mucho, ¿no? Primero deberíamos conseguir algunas y experimentar con ellas.

Solveig dudó sobre sus siguientes palabras, temiendo que tendría que contar lo que hizo: —¿Crees que haya algunas en el Alcázar del Pandemónium?

Pero Muntu respondió de manera muy diferente: —No lo sé, pero ¿no sería más emocionante buscarlas en su lugar de origen? Imagínate, podríamos acercarnos, tal vez usando los ríos para nadar hasta allí, y veríamos muchas cosas interesantes, quizá hasta nos las encontraríamos más rápido así.

—Oh... Es buena idea, aunque no me gustaría encontrarme con los humanos, suelen hacer sus ciudades cerca de los ríos.

—Entonces viajaremos de noche, así ellos no se acercarán al agua y nosotros podremos ver el cielo nocturno y a los seres que salen en la oscuridad.

—¡Es cierto! Así sí voy.

—¡Jajajaja!

Los dos siguieron hablando e imaginando animadamente. El tiempo se esfumó entre la plática, así que cuando la sirenita se dio cuenta, Anémona ya había vuelto, y su voz se escuchaba desde la "sala". Se escuchaba tranquila, así que Solveig siguió platicando un rato más con Muntu, hasta que a los dos les empezó a doler la garganta por tanto hablar. 

—Descansemos un poco y continuemos más tarde —sugirió el niño, a lo que ella estuvo de acuerdo. Una vez que terminaron la llamada, Solveig aún permaneció un rato sobre la cama, cansada por usar parte de su energía para hacer funcionar la bola de cristal.

Al poco rato Anémona apareció en la "puerta". Junto con ella, se encontraba Ari, llevando algas para que Solveig comiera. La sirenita sólo levantó un poco la cabeza y sonrió para ellos, cansada para otro saludo, pero con eso era suficiente. 

Los dos se sentaron junto a la pequeña, y mientras Ari la tomó en sus brazos para ayudarla a comer, Anémona explicó: —Ya hablé con el tío Google sobre la estatua que encontraste. Irá a ver si se trata del hechicero Dianthe, y en ese caso cree que lo mejor será desencantarlo para reestablecer el juicio, ya que aunque no sabemos qué se decidió, él sí debe recordarlo. 

Solveig sonrió mientras masticaba la comida: —¡Eso es bueno! ¿No?

—Sí, excepto por un detalle — respondió Anémona.

—¿Cuál?

—Bueno, en palabras del tío Google, la cosa es que las transformaciones son bastante difíciles de deshacer porque se tienen que usar los dos tipos de magia conocidos para que funcionen, aunque en cantidades diferentes, dependiendo de cuánto quieres que dure la transformación. En el caso de los castigados pues siempre se espera que sea un plazo bastante largo, así que va a llevar un buen rato anular el hechizo sobre Dianthe, ya que sería ir "quitándole capas".

—Oh... Aún nos falta para aprender eso, no imaginé que fuera tan difícil, incluso para él — murmuró Solveig.

Y es que es conocimiento general que los hechizos de transformación son los más difíciles y por ello es una de las últimas cosas que un hechicero o hechicera aprende, pero sobre todo la anulación de estos hechizos es el verdadero problema, ya que en muchas ocasiones, sobre todo si la carga de energía negativa es mayor, hay que poner una condición para que los cambios sean permanentes, y una vez cumplida, se necesita de una enorme cantidad de poder para revertirla.

El astro de las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora