Después de guardar la bola de cristal, Muntu y Solveig nadaron hacia fuera de la casa, prestos para ir de inmediato a la costa de Kuivuuden maa. Pero Delph y Aren estaban allí, y al verlos, el joven tritón los detuvo.

—¿A dónde creen que van?

—Iremos de nuevo a Kuivuuden maa, Muntu puede ver las ilusiones y a los invisibles, así que descubrirá más rápido qué está pasando con los seres mágicos allá — explicó Solveig.

Delph miró a su hermanita y luego al niño, sin entender. Y lo lógico era que Aren estuviera más perdido, pero de hecho, pareció entender más rápido en qué dirección iba el asunto: —¿Muntu tiene poderes para hacer eso? ¿Ustedes como especie también tienen posibilidad de tener poderes como pasa con los humanos?

—¡Nop! Es un don, puedo verlos porque nací en el momento cuando salió la primera estrella de la noche —respondió el pequeño orgullosamente.

—¡Oh! Conozco esa historia, pero creí que no era cierta —exclamó el híbrido, y agregó más calmado: —Leí algunas leyendas en libros que Abel me prestaba, pero nunca supe diferenciar las historias reales.

Delph volvió la mirada hacia su novio, con la boca entreabierta en una sonrisa enamorada. —Tienes que contarme más de eso — murmuró.

Ese cambio de ambiente repentino incomodó a Solveig, y se aclaró la garganta con intención de romperlo: —En fin, ustedes pueden quedarse a hablar de historias, pero nosotros tenemos trabajo por hacer, ¿cierto, Muntu?

—¡Sí!, aunque yo también quiero escuchar eso... ¡Pero primero debemos ir a Kuivuuden maa! — respondió él.

—Esperen un momento, pequeños— los detuvo Delph nuevamente.

—¿Qué sucede? — preguntó la sirenita.

—No pueden sólo nadar hacia la costa, sin un plan o sin tener una idea precisa de lo que deben buscar — explicó el muchacho. —Necesitamos información y estrategia antes de enfrentar la situación.

—Pero, ¿y si perdemos tiempo valioso? — preguntó Solveig, preocupada.

—Es cierto que el tiempo es importante, pero no podemos arriesgarnos sin un plan adecuado. Y además ustedes dos aún no pueden viajar sin alguien mayor — respondió Aren.

Ella se cruzó de brazos: —¿Entonces qué hacemos? ¿Solamente esperar?

El híbrido estuvo a punto de decir que sí, pero se dio cuenta de que eso sería muy aburrido, y entonces sugirió: —Bueno, nosotros ya somos mayores, ¿qué tal si los acompañamos allá?

Solveig sacudió sus aletas, emocionada: —¡Es una gran idea! ¿A qué esperamos entonces?

—A mañana —respondió otra voz, que todos conocían muy bien, y se giraron hacia su portadora. Anémona estaba justo en la puerta de la casa, mirándolos con seriedad. Estando bajo el agua era difícil ver las lágrimas cuando alguien lloraba, pero el color rojo que quedaba en los ojos y la nariz seguían siendo rastros evidentes para deducirlo.

La sirena tenía un carácter fuerte, así que a pesar de que no tenía problema en mostrar sus emociones, era difícil hacerla llorar por furia y aún más por tristeza. Y en ese momento ya se había calmado, pero escuchar los planes de su impaciente pequeña la hizo salir de la habitación. Ari flotaba a poca distancia de su amada, atento a sostener su mano o ayudarla con cualquier cosa necesaria.

—Solveig, no pueden ni deben ir a Kuivuuden maa. Ni siquiera los hechiceros se han dado cuenta de la verdadera gravedad del asunto, no es algo que un par de niños pueda manejar — explicó ella.

El astro de las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora