7. La decisión

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-¿Jotaro?– llamó Holy nuevamente, tocando la puerta del departamento–. Ábreme la puerta, cariño.

Silencio. Otra vez.

Llevaba en eso los últimos cinco minutos, tiempo suficiente para que Holy Kujo perdiera la paciencia –la poca que le habían dejado los hombres de esa familia– y golpeara la puerta frenéticamente.

–¡Kujo Jotaro! ¡O abres esta puerta o la abro yo! ¡Tienes diez segundos! ¡Uno! ¡Dos!

Cranberries asomó una de sus ramas espinosas por su hombro y comenzó a introducirse en la cerradura y el resquicio de la puerta, aprovechando que era flexible y podía modificar su grosor a voluntad.

–¡Tres! ¡Cuatro!– contaba Holy–. ¡Ok, respeté tu privacidad como hijo preguntando si podía entrar, pero reafirmaré mi autoridad como madre al entrar de todos modos! Salvation!

Justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, alguien la abrió por dentro y un muy aturdido Jotaro recibió todo el ataque de Cranberries en su cuerpo, arrojándolo violentamente con puerta y todo hacia atrás, estrellándose en la mesa del comedor que se hizo añicos.

–Creo que me excedí– comentó Holy, con los ojos muy abiertos.

–¿Tú crees?– se quejó su hijo, apartando la puerta que estaba sobre él.

–Si sabías que iba a entrar, ¿para qué te pones en la puerta?, ¿estás bien?

–Sobreviviré.

Jotaro estaba levantándose cuando oyeron murmullos y pasos de los vecinos que, asomados por las puertas y escaleras, curioseaban el escándalo. Holy hizo acopio de toda la amabilidad y serenidad que Japón le había enseñado a cultivar e hizo una reverencia a los espectadores.

–Disculpen, no es nada grave, explotó la cafetera pero nadie salió herido, pueden volver a sus casas, aihen omatase shimashita.

¿Seguro que está todo bien?– inquirió una joven en la escalera–. Fue un ruido muy fuerte.

–¡Y la puerta está en el suelo!– añadió un señor mayor, boquiabierto.

–Sí– dijo Holy–. Que pasen buen día.

Entró en el departamento rápidamente y con la ayuda de su stand devolvió la puerta a su lugar, que quedó precariamente apoyada en el marco. Después de quitarse los zapatos, se acercó a Jotaro, que se sacudía los pedazos de vidrio y madera de la ropa.

Konnichichiwa, Jojo

Yōkoso, oka–san– saludó su hijo, quitándose vidrio del pelo antes de ponerse la gorra–. No tenías por qué tirar mi puerta, ya iba a abrirte.

–Cortaste la llamada del conserje, me dejaste esperando afuera cinco minutos y además te di diez segundos más.

–Fueron cuatro–respondió Jotaro mientras traía pala y escoba para recoger el desastre–. No te muevas, no vayas a cortarte.

–Diez segundos de madre– aclaró Holy de forma hostil, evaluando el lugar con la mirada y entrecerrando los ojos al ver el sillón con claras señales de que alguien había dormido allí– ¿Dónde está tu prometida?

–Susanna se fue unos días donde su hermana.

–¿Se pelearon?

–Fue mi culpa.

–A estas alturas, no me sorprende.

Su hijo se encogió de hombros ante el comentario, mientras vaciaba la pala en una caja junto al basurero de la cocina. Ella apartó las mantas del sillón y se sentó.

El Secreto de Kakyoin Noriaki.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora