Perdiendo el control.

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-¿Cómo que cita? ¿Cuándo has aceptado tú una cita con ese merluzo engominado?

-¿Yo? Te aseguro que yo no he hablado con Padgett.

-¿Será una broma?

-¿De quién? Solo os lo he contado a Dani y a ti.

Las dos amigas volvieron a quedarse en silencio.

-En algún momento tenía que pasar- suspiró Elise - Lo que no creía es que fuese a ser tan pronto.

-¿Vas a ir?

-Pues claro, se supone que es mi prometido.

Amaia torció el gesto.

-¿Quieres que vaya contigo? -preguntó.

-Tranquila, si pasa algo o si es una broma pesada, sabes que puedo ponerlo a limpiarme los zapatos en un tris.

La morena estaba poco convencida pero asintió de todas maneras.

Elise salió de la sala común dispuesta a terminar cuanto antes con el asunto. Sabía que iba a ocurrir, no esperaba que tan pronto, pero se lo tomo como la posibilidad de quitarse un peso de encima. Más o menos imaginaba que hablarían de los términos en lo que iban a llevar el compromiso, a su pesar había escuchado hablar de estas situaciones. Aun así tenía la sensación de que un gusano particularmente gordo viscoso y asqueroso se deslizaba por sus intestinos.

El chico Miller había dicho que Padgett la esperaba en El Rosal. Lo consideraban uno de los sitios más románticos del castillo. Era un jardín circular al que se accedía por una puerta lateral del palacio, justo después de salir encontrabas un conjunto de arcos recubiertos con rosales que indicaban el camino hacía el jardín. Contaba con una pequeña fuente alta de escayola blanca que representaba a una bailarina. Era curiosa, (como la gran mayoría) pues funcionaba como un reloj solar, cambiaba de postura para señalar la hora con las manos o los pies, estando estas escritas en la base en la que se erguía. Alrededor de la fuente también había rosales, como los había recorriendo las lindes del patio, que estaba delimitado por altos y cuidados setos, parte de los cuales colindan con el Laberinto. Tenía una peculiaridad respecto a este, porque en el extremo más alejado había una puerta que daba a él, pero solo se abría durante cinco minutos cada hora. Desde menos cinco hasta que daban las en punto.

Caminó tranquila por debajo de los arcos, cuanto más se acercaba a su destino menos ganas tenía de llegar, pero aunque intentara retrasar el momento allí estaba. El familiar espacio circular, los alumnos dispersados por los bancos con mesitas, realizaban diferentes actividades disfrutando del sol de finales de verano, las rosas abiertas desprendían su dulce aroma que lo impregnaba todo y se veían insectos zumbando allí y allá. Era una fantástica tarde.

Elise divisó a Luc sentado en uno de los bancos con Marie Meyer, una chica de Papillinoise que también era amiga de Danielle. Tenía el pelo rubio y brillante por el sol, cortado a la altura de los hombros, y el flequillo junto a la nariz respingona le daban un aire aniñado. Sintió una punzada de celos y la voz de su prima le martilleó la cabeza, instándole a acercarse y entablar conversación. Elise se lo planteó, sería una muy corta, un saludo cordial. Se llevaba bien con ambos, no sería raro, se dijo. Después les volvió a echar un vistazo, no los había estado mirando fijamente, seguro que alguien la veía y pensaba lo que no era; o peor, pensaba exactamente lo que era. O ellos se daban cuenta y a saber que les iba a parecer. Cuando volvió a enfocarlos entre la alfombra verde y los banquitos blancos, Marie reía con la cabeza echada hacia atrás, tapándose la boca con una mano, y Luc le dedicaba su sonrisa de medio lado y labios finos. Elise no pudo evitar fijarse en el brillo azulado de su pelo negro cuando el sol le dio en el lateral desde un ángulo concreto al inclinarse hacia su compañera.

El juego de BeauxbatonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora