Danielle iba camino del Gran Comedor tarareando alegremente. Llevaba el pelo castaño apartado de la cara con una diadema gris y la falda y camisa del uniforme impecables, porque no había cosa que le gustara más a Florence que unos alumnos pulcros y bien vestidos, a no ser que hablásemos de dulces. En concreto le fascinaban las Tartaletas de Fresa con nata; Danielle la entendía, esa receta de los elfos era como poco, espectacular.
Esa mañana en el desayuno, Danielle fue a ver qué tal les había ido a las Ombrelunes con la investigación nocturna, al ver las ojeras de Amaia y a Elise remover un café muy oscuro con la cabeza apoyada en la mano y los ojos cerrados, supo que había habido algún altercado. La castaña coincidió con su prima y su amiga en que el ahínco que le había puesto Florence a esa persecución, en concreto siendo domingo, era merecedor de una investigación más profunda, sobre todo por el hecho de que Susurro revisase la Sección Prohibida durante tanto tiempo, Elise estimó que unos diez minutos.
Así que ahora le tocaba a ella, a Danielle no le gustaba salir de noche, a diferencia de Amaia y Elise, no le gustaba la sensación de incertidumbre, se ponía nerviosa con cualquier sombra y era muy ruidosa, no te das cuenta de cuánto ruido haces al caminar hasta que tenías que no hacerlo, ella se quedaba muy a gusto en su cama, cómoda y calentita.
Pero cuando se trataba de conseguir información, por cualquier tipo de medios (exceptuando la tortura, claro), Danielle era tu chica. Se podría pensar que aquello era uno de los puntos fuertes de Elise, no obstante, verla intentarlo resultaba forzado; Elise no hablaba con la gente porque sí, no tenía una simpatía abierta, y cuando intentaba convencer a alguien de algo o preguntar de forma inocente, parecía que te estaba seduciendo, en algunos casos había puesto tanto de su parte que era justo lo que había acabado pasando; todo el mundo estaba alerta con Elise. En cambio con ella...
Danielle sabía que era dulce; con los ojos grandes, la sonrisa inocente y las mejillas sonrosadas, caía bien genuinamente y su aire aniñado hacía que la gente confiara rápido en ella. El hecho de que fuera una actriz nata también ayudaba.
Aunque a veces, como en aquel caso, sus encantos naturales no eran suficientes, por eso tenía que recurrir a tucos. Trucos, que funcionaban a las mil maravillas.
Había ido a ver a Florence después de la última clase de la mañana, estaba en su pequeño despacho con vistas al lago, reordenando unos partes de castigo. Susurro descasaba en un pie que la ama de llaves había colocado tras su silla, con el pico bajo el ala; Danielle pensó que se estaba recuperando después del duro trabajo de la noche anterior.
Llamo con unos golpes suaves a la puerta entreabierta y metió la cabeza por el hueco.
—¿Florence? — preguntó cándida.
—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? — dijo Florence levantando la cabeza de los papeles y quitándose las gafas.
—No, nada de eso. Solo venía a preguntar cómo estás. Me ha parecido que esta mañana cojeabas un poco.
—Hay días que este trabajo es un poco duro y yo ya estoy vieja, no te preocupes, se me pasará.
Danielle había entrado en el despacho, escondiendo tras de sí una cajita blanca.
—Imagino. Tuve que ir a la enfermería esta mañana y se lo comenté de pasada al señor Filip — comentó Danielle sacando la caja y rebuscando dentro hasta dar con una botellita de vidrio verde —. Dijo que debías pasarte para el tónico de los dolores, me ofrecí a traértelo, para que te ahorraras el viaje.
Danielle colocó la botellita encima de la mesa. Florence la miró con alegre sorpresa, al volver a posar sus ojos sobre ella, la castaña los notó más cálidos.
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El juego de Beauxbatons
Novela JuvenilLa vida de Elise Beafourt aparenta ser perfecta. Perteneciente a la nobleza mágica, prometida con uno de los chicos más ricos de esta sociedad y dotada de una belleza sobrenatural. Pero como suele pasar, nada es lo que parece: alejada de sus sueños...