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Era demasiado tarde para una visita de cumplido. Anahí Puente cruzó el recibidor intranquila, el sonido de sus tacones sobre el polvoriento terrazo resonaba en el espacio vacío mientras la premonición de que algo no iba bien provocaba estragos en sus nervios.

Volvió a sonar la campana y tuvo que reprimir las ganas de gritar a quien fuera que llamaba. Puente nunca gritaba a las puertas, ni siquiera cuando estaba agotada por tener que decidir qué reliquias familiares sacaba a subasta.

Dudó un momento frente al pomo de la puerta mientras respiraba hondo para tratar de calmarse y pensar con lógica. No tenían que ser necesariamente malas noticias. Antes o después su racha de mala suerte tenía que cambiar, ¿por qué no esa noche?

Abrió la puerta y su mala suerte se convirtió en peor.

—¡Usted!

Alfonso Herrera se apoyó en el marco de la puerta con un brazo por encima de la altura de su cabeza y el torso cubierto de negro. Ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder ante el empuje de su presencia. En medio de la mancha de luz de la entrada parecía más una prolongación del oscuro cielo nocturno que un hombre. Llevaba el pelo negro hasta los hombros, recogido en una coleta que no le restaba masculinidad y acentuaba su aspecto de bucanero, pero lo que impresionaba era el brillo de triunfo en los ojos negros.

Anahí sintió pánico y tuvo que contenerse para no cerrar de un portazo. Hizo el esfuerzo de mantenerse de pie, con la barbilla levantada. A pesar de los tacones, los ojos de él quedaban unos centímetros por encima de los de ella.

—¿Qué quiere?

—Estoy sorprendido —dijo con un tono como si le divirtiera el esfuerzo de ella por parecer más alta—. Casi esperaba que me diera con la puerta en las narices.

—Entonces no es necesario que le diga que no es bienvenido.

—Pero aquí estoy.

Tres palabras, sólo tres palabras, pero que pronunciadas con su acento, parecían una amenaza. Sintió como si el miedo tejiera una tela de araña en sus venas.

—¿Por qué?

—Qué delicioso volver a verla, Anahí… —dijo él, ignorando su pregunta y enfatizando así la falta de cortesía por parte de ella, pero ser amable no preocupaba en ese momento a Anahí, no cuando el acento de Alfonso parecía devorar su nombre.

Sintió que un escalofrío la recorría.

—Créame —se las arregló para mantener el tono de voz adecuado—, el placer es sólo suyo.

Él rió con un sonido grave que de algún modo hizo vibrar la piel de Anahí.

—Sí —se mostró de cuerdo Alfonso sin mostrar ningún arrepentimiento en su mirada mientras la recorría de arriba abajo. Desde los ojos, a través de sus curvas hasta llegar a las botas de cuero rosa y después volvía de nuevo hasta los ojos.

Finalmente los ojos de Alfonso se detuvieron en los de ella y la miró con calor, posesivo. Lo único de lo que Anahí fue capaz fue de seguir respirando.

—También es un placer para mí —murmuró él.

Sintió que una ola de rabia la llenaba. ¿Cómo se atrevía a mirarla de ese modo, como si fuera suya? ¡No tenía derecho! Alfonso estaba muy equivocado si pensaba que podría poseerla.

Nunca se acercaría a ella.

A pesar de todo, Anahí no pudo evitar cruzarse
de brazos. Si sus pezones se veían tan duros como ella los sentía, él no tendría ninguna duda de cómo le había afectado su mirada, y ella no quería que él lo supiera. Ni siquiera quería saberlo ella misma.

Boda por venganza. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora