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La levantó entre sus brazos y notó lo fría que estaba. Parecía una estatua de mármol. Quiso darle parte del calor que sentía aumentar dentro de él. La boca de ella se abrió a la suya y ella bebió de su calor, deseosa. Sabía a sal como el mar, fresca como el agua de lluvia, sabía a la energía que hay entre el aire y la tierra durante una tormenta.

Se movió con ella a través del vapor y la metió en la ducha, quitándose sólo los zapatos por el camino. La ropa ya estaba empapada, daba lo mismo un poco más de agua. La metió bajo el chorro de agua caliente, sosteniéndola mientras temblaba y se recuperaba, dejando que el torrente de agua caliente la recorriera y se llevara el frío de su piel. Agradeció la contemplación de aquella perfección entre la bruma del vapor. Era humano y no hubiera sido capaz de pasar otro día más esperando por ella.

Y allí la tenía, ofreciéndosele.

Recorrió la garganta de ella con sus dedos, exploró la esculpida belleza de los hombros antes de envolver sus pechos y sentir su sensual volumen. Inclinó la boca hasta uno de los pezones y succionó al mismo tiempo la suave piel y el agua que corría por ellos.

Ella se estremeció, pero esa vez no era por el frío. Esa vez era por el calor, puro calor carnal que provocaba la suave piel en su boca. Lo agarró de la cabeza, de los hombros, mientras gemía, pero él ya se estaba moviendo, deslizando las manos por la curva de la cintura, las caderas, su lengua bailaba alrededor del ombligo, sus dedos se colaban dentro de los bordes del bikini tirando de él hacia abajo dejando así ver el femenino triángulo de rizos que cubría su tesoro.

Ella se apoyó en sus hombros para sacar los pies de la diminuta prenda mientras él recorría las largas piernas con sus manos y la besaba en el vientre.

—Eres tan hermosa… —murmuró contra su piel—. Tan perfecta…

Lo agarró de la cabeza y enterró las uñas en su pelo. Alfonso se echó para atrás, mirando sus propias manos subir por las piernas y meterse entre los muslos.

—Alfonso —gritó ella, agarrándolo del pelo.

—¿Todavía tienes frío? —preguntó mientras sus dedos la abrían suavemente y dejaban ver su intimidad.

La respuesta la recibió en forma de gemido y «¡Dios mío!», mientras él acercaba la boca a lo que había encontrado y la lengua daba vueltas alrededor del rosado capullo. Alfonso le separó un poco más las piernas y cubrió su sexo con la mano para sujetarla mientras ella se retorcía en su boca. Estaba caliente y preparada, y era tan tentadora, que no había forma de que pudiera resistir la tentación. Deslizó un dedo, luego dos, dentro de ella, y sintió la recompensa inmediata de unos músculos que se tensaban y los envolvían.

—Por favor… —rogó ella con voz desesperada—. Te necesito.

No era la única que lo necesitaba. Otra parte del cuerpo de él anhelada ocupar ese lugar y satisfacer su propia necesidad. Se quitó el suéter y lo tiró a una esquina, ella le pasó los brazos por el cuello mientras él la besaba y se desabrochaba los pantalones, dejando que el peso del agua los hiciera caer. Y de pronto la mano de ella estaba allí, rodeando la longitud de su sexo a través de la tela de su ropa interior.

Alfonso respiraba acelerado mientras ella introducía la mano y lo liberaba. Libertad.

Pero en ese momento no era libertad lo que anhelaba. Sólo con el confinamiento podría alcanzar la liberación, y era la suave prisión del cuerpo de ella lo que deseaba más que nada en el mundo.

—Estás jugando con fuego —le advirtió mientras le quitaba la mano.

La levantó, y ella lo rodeó con las piernas mientras las bocas y las lenguas bailaban juntas.

Boda por venganza. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora