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—Tengo que volver a Sidney —dijo Alfonso a la mañana siguiente por encima del Financial Review mientras desayunaban—. Tengo que hacerme cargo de algo personalmente.

—¿Tan pronto? —respondió ella—. ¿Se ha acabado la luna de miel?

La miró con una ceja arqueada. Habían hecho el amor esa mañana antes de que él se hubiera ido a resolver algunos asuntos y después a su despacho a revisar el correo electrónico. Y se había ido seguro de que por su respuesta sexual, se había repuesto del «cansancio» de la noche anterior. Aparentemente no.

—Pensaba que te alegrarías, como al principio no te apetecía la luna de miel…

Ella se encogió de hombros y se echó un poco de café.

—Y aun así vinimos. Así que supongo que no va a haber ninguna diferencia.

La miró mientras elegía una tostada y la untaba con mermelada sin hacer ningún esfuerzo por mirarlo a él. Dobló con cuidado el periódico y lo dejó en la mesa. Nadie era capaz de desconcertarlo tanto como esa mujer.

¡Maldición! Nadie tenía siquiera la audacia de intentarlo.

—Pensaba que podríamos volver aquí el próximo fin de semana —dijo, manteniendo el tono tranquilo en la voz—, ya que te gusta tanto.

—Si quieres… —ofreció ella, masticando solemnemente la tostada antes de beber un sorbo de café.

—A lo mejor podríamos pasear por la playa si el tiempo es bueno.

—A lo mejor.

—O puede que prefieras hacer algo diferente esta vez.

Evidentemente mareada de contemplar su tostada, levantó los ojos en dirección a la playa.

—Sea lo que sea lo que decidas, para mí está bien.

—Hecho. Ya lo tengo. Voy a tirarte encima de esta mesa, arrancarte la ropa y hacerte el amor apasionadamente.

Estaba a punto de asentir cuando levantó la cabeza con los ojos abiertos de par en par. Sus miradas se encontraron, el rubor le ardía en las mejillas.

«Hazlo», pensó.

—¿Qué demonios estás tratando de demostrar?

—Sexo en la tostada —se burló, sintiéndose desenfadado por primera vez desde que se había sentado—. A ritmo de beicon y huevos. Y otra vez… puede que esté hambriento, será mejor esperar hasta el fin de semana —se levantó de la silla y se detuvo un momento con un gesto como de depredador—. Lo estoy deseando… ¿Qué nos impide hacerlo ahora mismo?

Ella levantó la barbilla con el rubor de sus mejillas aún más brillante.

—A lo mejor deberías pensar en preguntar primero.

—Ya has accedido —dijo con una sonrisa—. Creo recordar algo como: “Sea lo que sea lo que decidas, para mí está bien…”

Lo miró fijamente antes de empujar la silla y ponerse de pie ella también. Su gesto decía que estaba lista para la pelea.

—¿A qué hora tenemos que irnos? Tengo que hacer el equipaje.

—Apenas has tocado el desayuno.

Tiró la servilleta encima de la tostada a medio comer.

—He tenido bastante.

Y él también.

—¿Qué demonios te pasa? —preguntó él, abandonando toda pretensión de mantenerse frío—. Ayer no podías esperar para que entrara en la ducha y hoy actúas como una virgen ofendida.

Boda por venganza. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora