El calor envolvió a Anahí como una droga, haciendo que quisiera dormir más a pesar de que la claridad le decía que era de día. Pero no fue la claridad lo que le hizo abrir los ojos, sino la fuente de su comodidad. El cuerpo de Alfonso rodeaba al suyo, un brazo casualmente apoyado sobre su cadera, una cadera muy cercana a otra fuente de calor mucho más carnal. Se puso tensa e inmediatamente se arrepintió.
Él se movió dormido, su erección la rozó mientras una mano se movió hasta apoyarse en un pecho. ¡Oh! Incluso cuando la tocaba involuntariamente hacía que saltaran chispas. ¿Qué pasaría si se despertaba y quería que hicieran el amor? Sintió que sus pechos se hinchaban y los pezones se alzaban deseosos de las caricias de sus manos. ¿Cómo era posible?
Después de la noche anterior debería haberlo odiado, pero lo que su mente decía y lo que su cuerpo deseaba eran cosas completamente distintas.
Detrás de ella, Alfonso volvió a moverse, y ella aguantó la respiración. Su brazo de la cadera la sujetó más fuerte contra la erección mientras se apoyaba en un codo. La besó en la mejilla.
—Buenos días, señora Herrera —dijo en un tono ronco que hizo que le vibrara todo el cuerpo.
—Buenos días —respondió seca, anticipando que le quitara el albornoz y la poseyera.
Entonces, las manos de Alfonso se separaron de ella y se levantó de la cama. La anticipación se transformó en un inesperado y amargo disgusto.
—¿Qué quieres hacer hoy? —preguntó él mientras se dirigía a abrir las puertas de la terraza, aparentemente despreocupado por estar desnudo y que se apreciara su evidente erección.
Lo miró con detenimiento. Si no se hubiera dado cuenta la noche anterior, a la luz del día hubiera podido apreciar el perfecto ejemplar de varón que era su marido. Su cuerpo estaba perfectamente esculpido, desde los anchos hombros hasta las enjutas y poderosas caderas.
Se obligó a apartar la vista, no podía mirarlo así, desnudo. Porque no le importaba lo que pareciera, realmente no, pero nunca había tenido la oportunidad de estudiar con tanto detalle a un hombre.
—¿Te gustaría ir a visitar algún museo? —preguntó por encima de los hombros sin esperar a su respuesta—. ¿O pasear por la playa hasta la ciudad?
La confusión se instaló en la cabeza de Anahí. Para ser un hombre que la noche anterior se había comportado como un lobo hambriento y que parecía preparado para otros tres asaltos, la evidente ausencia de deseo de seguir con lo mismo, resultaba chocante. Ni siquiera Alfonso Herrera podía creerse tan viril como para pensar que con eso ya la había dejado embarazada.
Se incorporó en la cama. ¿Ya se había cansado de ella? La habría encontrado demasiado falta de experiencia, demasiado discutidora… Seguro que sería más hablador con una amante más dispuesta. Bueno, todo eso ayudaba en su propósito, pensó. De pronto se dio cuenta de algo… Si no se quedaba embarazada, entonces aquella locura de matrimonio no duraría un año y mucho menos dos.
¿Y no era eso precisamente lo que ella quería? Entonces, ¿dónde estaba la sensación de satisfacción que debería haber acompañado a ese pensamiento?
¡Maldición! Se sentía irritada. Simplemente, que le gustara mirarlo allí de pie, en cueros… Era irritante.
—¿No tienes una bata o algo para ponerte?
Se volvió un poco hacia ella con una sonrisa en los labios.
—¿Te molesta mi cuerpo?
—Claro que no —mintió, sintiéndose de pronto demasiado caliente e incómoda en la cama—. Sólo he pensado que podrías tener frío.
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Boda por venganza.
Romance[Aclaración: esta historia es una ADAPTACIÓN sin fines de lucro. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada.] Se había casado únicamente para salvar a su familia... pero despreciaba a su marido. Por mucho que odia...