Verano de 2020
El intranquilo batir de mi pluma al repiquetear contra el escritorio, obligaba a preguntarme una y otra vez: ¿por qué decidí atreverme a aquello? Fijé la vista en el pequeño retrato junto al laptop, ese donde aparece mi querida hija y recordé la conversación que tuvimos hacía apenas unas horas:—¿Crees que no lo noté? —me dijo mientras organizábamos los restos de la parrillada familiar que compartimos aquel domingo de verano y la contemplé extrañado.
Mi primogénito, Oliver, en compañía de su esposo, Armando; vinieron a casa felices y orgullosos para realizar la bienvenida oficial a la familia de su retoño: la pequeña Milena, llamada así en honor a mi difunta esposa. Fue una dura lucha conseguir la adopción, pero al final lo logramos. Aquel fue un día maravilloso, compartimos en el patio trasero, hablamos, las risas y planes no faltaron, pero también nos burlamos de mi segundo hijo, Mike, en el momento que tembló al intentar cargar a su sobrina.
Pesé a pasarla fantástico hasta que mis hijos se despidieron por la noche y quedar a solas en casa con Mari, las palabras de mi hija menor me tomaron con cierta sorpresa:
—¿A qué te refieres, corazón? —le pregunté confundido y ella dejó de secar los platos, incluso, ubicó sus brazos en jarra al contemplarme con reproche.
—Papi, observaste la foto de mamá que Oliver colocó en la mesa, ¡todo el rato!
—Corazón, es normal, era una ocasión especial. Oliver y Armando, al fin, consiguieron la adopción, tu madre habría sido muy feliz.
«O eso quiero creer», el pensamiento me atravesó un instante. No estaba muy seguro de si realmente se habría emocionado, dada la homosexualidad de su hijo mayor.
Ella nunca se mostró intolerante, pero crecimos en una época donde se consideraba una abominación que dos hombres estuviesen juntos, aunque quizás al tratarse de su adorado hijo mayor, quisiera creer que no tendría problema. Yo, ciertamente, no lo tuve; sé quién es él como persona y con eso es suficiente; además, Armando es un buen hombre, juntos son felices y la llegada de Mile, solo aportará más felicidad a su relación porque han luchado contra el mundo para conseguir lo que tienen.
Debí interrumpir mis divagaciones mentales en el momento que la voz de mi hija rompió el silencio:
—Sí, lo sé, pero quiero decir, ya no somos niños. ¡Ni siquiera vivimos aquí! ¿Cuánto más dejarás tu vida en pausa por nosotros?
—Hija, ¿de qué hablas?
En realidad, era consciente, con frecuencia recaíamos en el mismo tema: Mari quería verme feliz en una nueva relación con una persona viva, en lugar de hablar con el retrato de una muerta.
—Papi, aún eres joven y no nos caigamos a cuentos, ¡estás bien guapote! —Su manera de expresarse consiguió provocarme carcajadas y desvié la atención de ella hacia el lavadero para acabar con los trastes—. ¡Ostia, no te rías, pa! Tienes cincuenta y tres años, pero ese cuerpo que has esculpido a base de ejercicio y buena alimentación, ¡uuuf, todo un viejo sabroso!
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Un Sugar boy enamorado
Roman d'amourOmar, un viudo de cincuenta y tres años que ha vivido en el closet toda su vida; conocerá a Kevin en una app, un estudiante de enfermería con un oscuro y peligroso secreto. Juntos se embarcarán en una intensa relación; no obstante, las sombras del p...