XXX: Paolo

752 125 54
                                    

—Grandulón, ¿cómo estás? Hace días que no nos vemos y ya te extraño, tío. —Sentí un fuerte pesar en el pecho ante esas palabras de la ratona y tuve que silenciar la llamada para emitir un largo suspiro.

Había pasado poco más de una semana desde la llegada de Omar y de ese tiempo, podía contar con una sola mano las veces que vi a mi novia fuera de una video llamada, de hecho me sobraban dedos en esa cuenta. Luego de aquella conversación con Omar salí en bomba del departamento, apenas me despedí de Mariana y su tía, veloz, usando una terrible excusa.

Algunos días pasaron en los cuales solo compartimos a través del celular, pero en cuanto me mostraba a Omar para saludarnos, los nervios me traicionaban y acabé por finalizar la comunicación para volver al trabajo o lo que estuviese haciendo. Pudimos vernos en paz cuando vino a casa para su clase semanal de dibujo, ese día nos entregó una invitación, enviada por la tía Olivia imposible de rechazar.

Asistí con Martín al encuentro en casa de Mariana mientras que Santi maldijo incontables veces por estar copado con la U, ese fue el último día que pasamos juntos. Sofía también participó de la velada, era la única por el grupo de Mariana.

A pesar de la tensa relación con Omar, logramos compartir todos tranquilos. Sin embargo, quizás Martín notó algo, pues lo vi un poco raro desde que conoció al padre de mi novia, sobre todo en el camino de regreso a casa:

—¿Cómo es que se llama tu suegro, tío? —preguntó de repente, iba en el asiento del coche junto a mí y se masajeaba el mentón.

—Omar. ¿Por qué?

—Me suena de algo, es todo.

Lo observé extrañado, pero no le di importancia, después de todo, su nombre era bastante común; en lugar de quemarme la cabeza, subí un poco el volumen cuando sonó «Diva virtual» porque recordé a Rico y sus tonterías, una risita tonta se me escapó, lo que provocó un curioso gesto en mi acompañante.

Al menos esa vez pude distraer un poco la mente y evadirme de lo que pasó el día que Omar llegó, aquello aún me llenaba de desconcierto. Pensé que había viajado a Barcelona para defender a la ratona de mí, alejarla del horrible peligro que yo representaba, pero luego de eso, comencé a creer que el motivo real de su viaje era yo.

«¿De-de verdad estás aquí por mí?», recordé mis palabras de aquel año nuevo cuando apareció preocupado en la residencia; la manera en que abandonó su viaje familiar solo para verme y el sentimiento indescriptible que experimenté ante su presencia, muy similar a lo que sentí al hallarme entre sus brazos de nuevo. Todo el suceso no había parado de repetirse en días y estaba a nada de volverme loco.

Sacudí la cabeza desesperado, otra vez, porque cada uno de esos pensamientos era imposible; él me odiaba, estaba seguro de ello. Por culpa de ese maldito y cada uno de mis errores, Omar comenzó a odiarme. ¡Incluso me pidió desaparecer! No había forma de que él hubiese viajado a Barcelona por mí.

—¡Maldición! —grité hastiado uno de esos días que le siguieron a su llegada. La estúpida carta de despedida que escribí parecía un tablero de ajedrez con tantas tachaduras. Exasperado, la hice bola antes de aventarla con fuerza hacia algún lado de la habitación.

—¡Ostia!, parece que te agarré en terapia de escritura —me dijo Martín desde la puerta y provocó un respingo. En cuanto me giré, noté que sostenía a la altura del pecho la bola de papel que acaba de lanzar.

—Lo siento, Mar, no sabía que estabas allí.

Martín negó con la cabeza para restar importancia, luego de depositar esa bola de papel en el cubo, recogió otras más en el camino hacia mi cama y fue encestándolas una a una hasta sentarse en el borde para hablarme:

Un Sugar boy enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora