XXIX: Paolo

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«Solo quiero ser tuyo», aquella frase no dejaba de girar en mi cabeza y ya comenzaba hartarme, necesitaba borrarla de mi mente y pensamientos

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«Solo quiero ser tuyo», aquella frase no dejaba de girar en mi cabeza y ya comenzaba hartarme, necesitaba borrarla de mi mente y pensamientos. Desde que abandoné el depa de Mariana me dediqué a dar vueltas sin rumbo con la única intención de que esas palabras desaparecieran, pero resultó imposible. Volví a casa con el corazón en la garganta.

—Martín, ¿estás? ¿Puedo pasar?

Para el momento en que conseguí llegar al departamento, fui directo a la alcoba de mi amigo; en realidad, no tenía claro el motivo, pero pensé que quizás hablar con él me haría bien. Los recuerdos de Omar se volvieron intrusivos y molestos, ya no quería pensar en él de esa manera, necesitaba verlo por quién era: mi suegro, el amado Padre de mi hermosa novia y nadie más.

No quería recordar su calor, la ternura de su mirada ni mucho menos el gran diez entre sus piernas que a la perfección sabía usar. Me golpeé la cabeza con el puño varias veces mientras esperaba una respuesta de mi amigo, como si con tal gesto pudiese sacarme todo aquello de la memoria.

—¿Paolo? —contestó Martín desde el interior, sonó un poco confundido y somnoliento, quizás debí esperar para hablarle al día siguiente, después de todo, era casi media noche y él solía dormir temprano— ¿Qué pasó, tío? ¿Ocurre algo?

—No, bueno, sí… quiero decir, no —Suspiré fastidiado y me di la vuelta—. Lo siento, perdón por despertarte.

Por fortuna o quizás no, Martín abrió la puerta y me jaló al interior de su alcoba, tirando de mi uniforme. Una vez dentro, volvió a cerrar y me contempló largo rato en silencio. Al estar frente a él no supe qué decir, vi su cabello revuelto, ojos caídos y ese largo bostezo que me hizo sentir culpable por ir a molestarlo. Me llevé una mano al codo contrario, incómodo, antes de volver a hablarle:

—Perdón por molestarte, creo que mejor me voy.

—Paolo, si cruzas esa puerta, voy a meterte una paliza, tío.

Pese a todo mi revoltijo mental, resultó imposible contener una risita idiota y contestarle con ironía:

—¿En serio? Pues métemela, Mar, duro y con fuerza.

Él sonrió mientras se pasaba una mano por el rostro y cabello.

—Ya me despertaste, joder, cuéntame, ¿qué te amaña?

Guardé silencio largo rato, en realidad no sabía cómo abordar el tema. Con Rico hubiese sido más sencillo, él era mi hermano y conciencia, luego de una serie de regaños me habría ayudado a hallar una solución. Sin embargo, hablar con él resultaba imposible y ya que Martín se ofreció a apoyarme, tocaba conformarse.

—Tío, parece que traes un cacao mental. Cuéntame.

—¡No me presiones, Martín! Esto es difícil. —Lo vi elevar los brazos un poco y hacer un gesto con la boca como para restar importancia, entonces, luego de una profunda inhalación, dejé salir todo de golpe—: ¿Cómo se hace? Quiero decir, eso que mencionaste hace días, cerrar ciclos.

Un Sugar boy enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora