Capítulo 11: Coronation (coronación)

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Podía escuchar el ruido a través de la puerta. El caminar apresurado de las personas, los susurros que se difundiendose y golpeando contra las paredes como puntas de flecha. Lucerys podía concentrarse en el sonido solo a medias ya que estaba más agotado que nunca antes en su vida. No sabe ni la hora ni el día, mucho menos lo que estaba sucediendo fuera en el Red Keep. Tal vez era un día festivo, pero no le podía importar menos. Solo quería que los sirvientes se callaran y le permitiera hundirse en su amargura en paz.

No habían entrado a cambiar sus sábanas aún, y estas se encontraban todavía sucias.

Lucerys siente la humedad bajo su mano y hace una mueca. La sábana estaba empapada con lágrimas y suciedad, causando que el asco se forme dentro de su estómago. Recuerda el impasible rostro de Aemond, su frío comportamiento cuando se marchó hace dos -o tres- días para nunca volver.

Se había marchado como si ellos no se hubieran abierto el uno para el otro y bañado en sus vísceras, convirtiéndose en uno. Como si Lucerys no le hubiera cedido el poco poder que tenía. No se lo había ganado, solo lo había asumido. Había tomado el perdón que Lucerys ni siquiera sabía que poseía y lo había tirado sobre el suelo cual trozos de pergamino. Unas terribles ganas de vomitar se arremolinaron dentro de él. Pesadas y adormilantes.

Lucerys siempre había sido un tonto. Siempre había sido el niño al que le gustaba jugar bajo sus propias reglas y quien luego sufría las consecuencias de ello. Ahora que ya casi era un hombre, no era diferente. Su propia vida era un juego en el que participaba con el único objetivo de perder. Siempre terminaba con sangre, (de sus propios dedos, del rostro de Aemond, o de las fauces abiertas de Arrax).

Tal vez no era todo culpa de Aemond. Una parte de la culpa yacía también en él, en las transgresiones que había permitido. En las manos que había permitido que lo tocaran. Después de todo, había sido él quien se había quedado quieto solo a esperar. Y era él quien volvería a abrir las piernas para Aemond si este lo deseara. Con enojo, se dio cuenta de que él también lo deseaba aún con la bilis subiendo por su garganta y los ojos llenos de lágrimas.

Supone que siente remordimiento por él y por Arrax. Por su madre y por el trono que sin duda perdería por culpa de la debilidad de su propio hijo, el cual se había dejado absorber por Aemond en una forma que no podía ni quería comprender. Tal vez, incluso sentía pena por su tío, o más bien por esa dulce mirada de anhelo que había percibido en su único ojo y que había visto extinguirse con el sonido de la voz de Alicent al otro lado de la puerta.

Lucerys había deseado volver a poner esa mirada en el ojo de Aemond, mantenerla para sí como un recuerdo durante los tormentosos momentos en los que se encontrara solo. Sin embargo, ni siquiera había tenido la oportunidad de darle un beso de despedida, no fue capaz de tomar a Aemond del cuello y forzarlo a mirarlo con todo su enojo y desesperación.

"Deseo quedarme contigo" le había dicho Lucerys. Ni siquiera había pensado en dejarse alguna ficha como ventaja. Había perdido. Se había rendido total y completamente. Se había entregado por completo al suave toque de sus labios. Había sido tan endeble como el papel, y tan inútil cuando su madre más lo necesitaba.

El solo pensamiento hizo que la inquietud se arremoline dentro de él y destroce sus nervios. Se sentía capaz de frotar su piel hasta que quedara al rojo vivo, incluso se sentía capaz de quitarse el ojo y entregárselo a Aemond si pudiera para así ver si su rostro expresaba éxtasis o repulsión. No le importaba cual fuera. A este punto, se sentía capaz de cometer cualquier atrocidad u horror con tal de volver a sentir algo de control sobre su vida, de tener la ventaja una vez más y tener a Aemond bajo él como tanto le gustaba a Lucerys.

Prize -Lucemond-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora