Capítulo 3: gilded(dorado)

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Lucerys había crecido como un niño amado. Era constantemente adulado en la corte por su dulce disposición y precocidad. "Y por tu cara de niña" añadiría Jace mientras se reía de su ofendido hermano. Una vez, hace muchos años y en grave estado de embriaguez, Viserys había anunciado durante una cena que Lucerys era el principito favorito del reino. Alicent había tosido sobre sus temblorosas manos, y su madre había sonreído pequeña y discretamente, pero Lucerys se había percatado igual. Recuerda haber volteado a ver a su tío, fascinado por la altura de Aemond en ese entonces, pero su expresión no delataba ningún sentir y se veía tan fría y dura como siempre.

Sus días en el Red Keep habían estado llenos de comodidad, junto a la sensación de seguridad que le brindaban las paredes. Sir Harwin había sido una compañía constante, y Laenor (las pocas veces que estaba en la corte) lo protegía de las miradas metiches que allí habían. Jace limpiaba sus lágrimas cuando sentía el peso de los rumores a su alrededor. Lucerys piensa en su madre, en la contenta expresión en su rostro cuando lo vio montado en su dragón por primera vez. Incluso ahora, el recuerdo hace que las lágrimas se formen en su rostro y que su corazón se hunda pesado en su estómago.

Su cautiverio actual era una experiencia muy alejada de los días dorados de su juventud. No tenía amigos aquí, tampoco familia real, y Arrax no estaba esperándolo en la fosa de dragón. Todo lo que tenía eran esas cuatro paredes que carecían de todo calor, aparte de la chimenea que los sirvientes venían a encender de vez en cuando. No sabía cuántos días habían pasado. Se preguntaba cuándo, o incluso si es que alguien vendría a salvarlo

La puerta de su recamara se abre. Lucerys aprieta las mantas bajo sus manos, el agarre tan fuerte que sus nudillos se tornan blancos.

Un guardia lo llama, —La mano del Rey está aquí.

Todos los días, Otto lo visitaba a la misma hora. Todos los días le traía pergamino y tinta. Y todos los días, Lucerys le decía que no. Hoy no era diferente.

—Mi respuesta es la misma. No escribiré esa carta. —mumura Lucerys contra la almohada, hundiendo su rostro aún más profundamente para calmar su respiración. No quería parecer asustado a pesar de la sensación de intranquilidad que lo invadía cada vez que ese hombre entraba a su habitación. Otto era el peor de todos. Muchas veces se quedaba más de lo necesario, sentándose sobre una silla junto a su cama para sacarle información, invadiendo el último espacio personal que le quedaba a Lucerys.

Otto se ríe por lo bajo y lo ignora. —Mi principe, me alegra ver que el color ha regresado a sus mejillas.

Lucerys siente su rostro calentarse cuando los recuerdos de las manos de Aemond sobre su cuerpo afiebrado llenan su mente involuntariamente. Cuando había despertado a la mañana siguiente, creyó que todo había sido un sueño, pero los ligeros moretones en su barbilla le mostraron su error.

—Váyase, por favor. Estoy agotado.

Pero por supuesto, el despreciable hombre no le hace caso. —Mis disculpas, su alteza, pero debo hacer mi trabajo como la mano del Rey e intentar... —suspira— convencerlo.

—No hay nada que me puedan decir para que los ayude en su causa —Lucerys se sienta y endereza sus hombros—. Yo no ayudo traidores.

Los ojos de Otto eran mordaces, casi depredadores. —Me doy cuenta de que hay un malentendido entre nosotros. Los traidores no somos nosotros, joven Lucerys. Son tu madre y su consorte los que han decidido recurrir a la agitación del pueblo. Ellos son los verdaderos rebeldes, y tú fuiste arrastrado a su desastre, tristemente.

Lucerys sacude la cabeza. —Ella no-

—De hecho —le interrumpe Otto—, puedes culparla también por la posición en la que te encuentras ahora. ¿En qué pensaba? —el hombre inclina su cabeza a un lado y entrecierra sus ojos en muestra de falsa simpatía— ¿Enviar a su inexperto hijo como mensajero a Stormlands?

Prize -Lucemond-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora