Capítulo 2: enmity (enemistad)

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No había pasado ni una semana desde su captura y Lucerys ya había demostrado ser tan obstinado e irritante en confinamiento como lo era fuera de él.

—Se rehusa a comer —le informa Alicent la noche del quinto día. Ambos se encuentran sentados frente a la chimenea, pero la cómoda calidez que esta proporcionaba no fue suficiente para eliminar el frío que Aemond sentía envolverse a su alrededor como una manta.

Aemond se encoge de hombros. —No es mi responsabilidad alimentarlo.

—Tu trabajo es mantenerlo vivo —le regaña su madre. Alicent mira a Aemond con ojos penetrantes—. Puede que esté aquí contra su voluntad, pero nos conviene a todos que se le trate bien.

—Hm.

Alicent continúa. —Rhaenyra sabe que lo tenemos, y aunque no ha querido arrodillarse, debemos ser discretos. Quiere el trono, pero ama a sus hijos . Solamente es cuestión de tiempo.

Helaena, quien había estado sen tada silenciosamente junto a la ventana, deja su bordado a un lado. —Tal vez deberían llevarle pasteles de limón. Siempre han sido los favoritos de Luke.

El ceño de Aemond se frunce aún más.

—No tiene que ver con la falta de pasteles, hermana —le dice—. Su mundo entero se ha destruido —quiere añadir "por mi mano", ya que es la verdad, pero no se siente capaz de decirlo en voz alta.

Alicent lleva su pulgar hasta su boca y mastica su ya ensangrentada uña. Aemond sigue este movimiento, notando cómo su madre había estado cayendo en su viejo hábito mucho más seguido últimamente.

—Así es —concuerda la Reina con tristeza—. Pero tal vez no sería malo llevarle algo dulce.

 Pero tal vez no sería malo llevarle algo dulce

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Aemond no toca la puerta. No hay necesidad. Los guardias solo se hacen a un lado cuando él camina por el largo pasillo hacia los aposentos de su sobrino. Al entrar, ve a Lucerys recostado de lado sobre la enorme cama, las sabanas tiradas a su alrededor sin cuidado. Su recámara era un desastre. Había trozos de vidrio tirados por doquier y las cortinas habían sido rotas a la mitad. El muchacho ni siquiera levantó la cabeza para ver quien había entrado.

—Vaya, vaya —le dice—. Mira el desastre que has causado.

Y a eso, al sonido de su voz, es a lo que Lucerys sí reacciona. Inmediatamente se sienta erguido y lo observa con ojos húmedos y rojos, sus labios hinchados por el constante mordisqueo se encontraban abiertos en sorpresa. Luce tan bonito como siempre, aunque un poco cansado. La visión le roba el aliento a Aemond, ese familiar y neblinoso burbujeo que nunca había sido capaz descifrar.

Casi inmediatamente, el bello rostro de su sobrino se contrae con ira.

— ¡Vete! —le grita Lucerys. Lanza una almohada a la cabeza de Aemond, pero su puntería falla.

Prize -Lucemond-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora