La Calma

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Las olas seguían rompiendo con el mismo sonido contra las rocas, creando pequeños eructos entre las formas huecas. La brisa era mas cálida, pero no llegaba a ser asfixiante.

Los dedos de mis pies estaban hundidos en la arena negra, sintiéndola como si fuera la última vez que la tocara y quisiera registrarla.

Mis ojos estaban cerrados para disfrutar del impacto del sol directamente en mi cara, aunque no era el mejor día para que aquello sucediera.

Había algunas nubes que convertían sus rayos en algo intermitente, aunque dudaba que lloviera. No iba a hacer ni un solo mal día mientras estuviéramos allí.

    -¿No vas a esconderte bajo la sombrilla como siempre, pequeña?

Sonreí sin abrir los ojos, tomando una bocanada profunda para saborear el olor a sal y vida del mar.

    -Déjame disfrutar un poco de los rayos, necesito mucha vitamina D.

Su risa suave me erizó el vello de los brazos, continuando con mi piel de gallina cuando sentí sus dedos acariciar mi espalda desnuda para bordearla y agarrarme de la cintura.

    -Y mucha vitamina C.

Noté algo helado apoyarse en mi brazo derecho, abriendo por fin mis ojos para mirar el vaso que me tendía. Cargado de hielo y ese líquido rojizo con un toque ácido y dulce al mismo tiempo.

    -Mmmmm-Murmuré arrugando la nariz, pero cogiéndolo igualmente-Maravilloso.

No ocultó su sonrisa burlona cuando me lo llevé a los labios y le di un trago, saboreando el zumo de pomelo con naranja, kiwi y plátano.

    -Lo he probado cuando te lo he preparado y esta bueno. No pongas esa cara.

Le saqué la lengua antes de continuar tomándomelo sin rechistar. Tenía que aprender a no quejarme o la vida se nos iba a hacer muy larga.

Mientras lo hacía, me dediqué a observarle atentamente. Algo que había hecho tantas veces esos últimos años, que era normal que su ego estuviera tan crecido.

Solo habíamos pasado dos días bajo el sol, disfrutando de la tranquilidad y la calma que nos otorgaba mi lugar seguro.

Sus ojos brillaban más bajo el sol e incluso su piel se estaba tostando ligeramente a pesar de mi insistencia en cubrirnos constantemente con protector solar. Se había recortado la barba antes de venir y estaba como para babearle encima durante horas. Eso, más la combinación de sol, playa y vacaciones me tendría que tener con las piernas temblando y la entrepierna ardiendo.

Aunque no era precisamente lo que estaba pasando, porque nuestra intimidad era limitada.

Un chillido que reconocería en cualquier parte me hizo apartar los ojos del vikingo, centrándome en la maraña de pelo negro que huía entre risas del Gran Danés moteado que entraba y salía del agua entre saltos y brincos.

Durante un momento mi corazón se había olvidado de latir del susto y Eric lo notó, echándose a reir por lo bajo, besándome la frente a la vez que me abrazaba para apoyarme en su pecho.

    -Esta con el niñero peludo, no te preocupes por ella.

Solté un resoplido indignado, levantando la barbilla para observarle por encima de mi hombro.

    -No me apetece que una ola de los trague a los dos y tengamos que ir a sacarlos.

Miró al cielo en busca de paciencia, apretándome la cadera con los dedos.

     -Yo los saco, tu te quedas en la toalla esperando y contemplando mi rescate heroico.

No me costaba imaginarme a Eric emergiendo del agua con Lizzie cargada al hombro y Cronos bajo uno de sus brazos, chorreando agua y sensualidad a cada zancada para salir mientras las olas le golpeaban las piernas.

Atrapada en el Purgatorio #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora