02. Que chévere eso de recibir una paliza de una sombra

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Para conseguir grandes cosas, debemos no sólo actuar, sino también soñar, no solo planear, sino también creer.

Anatole France.

Normalmente estaba acostumbrado a tener sueños locos, como un caballo montando a otro caballo, o que la botella de agua que había arrojado al cesto de basura en vez de al de reciclaje venía por mí a tomar venganza por no cuidar el planeta. Mis padres siempre dicen que soy un chico hiperactivo, (cosa que es cierta) y muy imaginativo, y que por eso siempre ando imaginando cosas surrealistas y viajando por otros mundos.

Pero, venga ya, hombre, la locura de aquella tarde fue la cosa más rara que mi imaginación se atrevió a inventar. Las locuras de los sueños terminaban en cuanto despertaba. Esperaba, en serio esperaba que aquello terminara pronto.

En cuanto desperté, me encontré de vuelta en el salón de castigo. El profesor Mendler seguía dormido en su asiento tras el escritorio, sus ronquidos son la bonita banda sonora del aula. En la mesa de mi asiento hay un charco de baba. Iugh. Hice una mueca y limpié la línea de saliva que tenía en la comisura de la boca.

Miro a los otros chicos castigados, todos mayores, más altos y de grados más avanzados que yo, pero ninguno intentando meterse conmigo. Somos los marginados y rebeldes del instituto, supongo que nos respetamos por compartir el título. Algunos juegan aburridos con sus lápices y borradores, otros escuchan música sin nada más que hacer, o capaz para tapar el sonido de los ronquidos de Mendler.

Uno de ellos, el chico más grande del castigo, asintió a forma de saludo en mi dirección, bajando sus audífonos para dejarlos alrededor de su cuello.

—¿Qué tal la siesta, Grace?

A mi mente vino el acontecimiento del callejón.

«Solo fue un sueño, Riley —me dije— Solo fue un sueño» 

Asentí de vuelta hacia él.

—Cool, cool.

El profesor nos dejó ir.

Cuando iba por el pasillo principal hacia la salida, tenía miedo de que Holly otra vez se me apareciera, miraba asustado a cada lado y el extenso pasillo que dejaba atrás con cada paso que daba, ella nunca se apareció.

Seguí mi camino a casa, evitando el callejón.

No puedo evitar ver sobre mi hombro para verificar que nadie me está siguiendo, por mi distracción tuve un choque para nada agradable con un oficinista en el paso de cebra, no tuve las ganas de responderle su comentario hosco. Sentía una punzada filosa en la cabeza, aún seguía mareado, el dolor por el golpe de Wyatt Becker no ayuda en nada a mejorar la situación y el miedo que aún sentía por esa pesadilla hace que tenga los nervios de punta y esté en un constante modo de alerta.

Solo pude sentirme a salvo cuando crucé el umbral de la puerta de mi casa.

—¡Ya llegué! —anuncio, dejando en el perchero mi chaqueta y mi mochila en el sofá grande de la sala.

—¡Estoy en la cocina, cariño! —exclama la voz de mi madre desde dicho lugar.

—Vamos, Riley, tú puedes —digo para mí mismo, preparándome para ir a la cocina—. Sí, tú puedes.

El Soñador | Riley Grace y Los Sueños Vivientes #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora