04. Las ideas de Amaria no son seguras, lo sé por algo

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Somos los creadores de la música y somos los soñadores de los sueños.

Arthur O'Shaughnessy.

Fuimos entrando más a mí recuerdo y fue inevitable no sentirme como aquel niño de cuatro años abandonado en la puerta principal de un edificio que no conocía, que no sabía dónde quedaba, sintiendo el miedo a estar solo siempre.

Volví a temer igual que el Riley de cuatro años.

—¿Cómo es que puedes... hacer esto? —señalo con gestos la escena.

Todo ahí se sentía tan... tenebrosamente real. La brisa fría de la noche, la ligera luz de la luna que iluminaba el jardín, todos los aromas eran los mismos que recordaba de ese lugar, el crujir de la gravilla del sendero bajo las plantas de mis descalzos pies, incluso el ulular de los búhos y el sentimiento de que me estaban observando era el mismo. Es como si de verdad estuviera una vez más frente a ese imponente edificio, otra vez, con la sola compañía del silencio y soledad nocturna.

Yo no recordaba con precisión el día que me dejaron en el orfanato, tenía un vago recuerdo de alguien tomándome en sus brazos y llevándome a un lugar más cálido. De resto, toda esa escena era tan nueva para mí como para ellos.

—Soy una maga de sueños —me responde Amaria, sonriendo orgullosa.

Seguimos caminando a la entrada del orfanato escuchando el cantar de los grillos.

—Una maga aprendiz —le corrige Craysor, unos pasos más adelante de nosotros.

—Pfff, por favor, sabes que soy muy buena.

Él se gira de lleno sobre sus tobillos hacia nosotros, mirándola confundido.

—¿Si recuerdas que tus bolas de plasma galáctica aún no cumplen los estándares y que son altamente peligrosas? —ironiza—. ¿Recuerdas la vez en que me arrojaste una y dijiste «Es una de hielo lunar» ¡Y cuando la iba a lanzar me explotó en la mano y resultó ser de viento del sol que terminó achicharrándomela?! —culminó alzando la voz exasperado, levantando la mano derecha para recalcar el accidente de la quemadura.

—Vale, vale, cálmate —le pide Amaria—. No te alteres, no fue tan grave.

—¡¿Que no fue tan grave?! —exclama, exasperado—. Prokledictum, Amaria, ¡Me hundieron la mano en el río Lagrange! ¡¿Tú sabes lo fría que es esa agua?!

—¡Lo siento! ¿Bien? ¡Recuerdo que en la fórmula usé las piedras de hielo lunar! —ella levantó la voz también—. ¡No la botella de viento del sol! ¡Perdóname!

Cuando Craysor estuvo a punto de dar una réplica, me metí en medio de ellos para interrumpirlos:

—¡Ya basta los dos! —ahora entiendo al director de la escuela, lidiar con críos que se creen luchadores es irritante—. No entiendo qué rayos están hablando, así que dejen esto. Tú —miré a Craysor—, ella lamenta haberte quemado la mano con lo que sea que sea una bola de plasma galáctica. Y tú —miré a Amaria—, él aún está resentido porque le hayas quemado la mano y se la hayan tenido que hundir en ese río. Así que, dejemos esto de una vez por todas.

Ambos suspiraron al mismo tiempo. Craysor aún con resentimiento, sobándose la mano que ella le había quemado y Amaria fue con algo de arrepentimiento cruzando su colorida mirada.

—Bien —musitaron al unísono.

—Sigamos con esto y salgamos de este recuerdo —pide Craysor, adelantándose en el camino de grava hacia el edificio.

El Soñador | Riley Grace y Los Sueños Vivientes #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora