Capítulo Veintiocho

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Michael aparcó frente al hospital. Se bajo del coche y ando hasta llegar a la puerta, la cual se abrió al notar su presencia. Entró y avanzó por el vestíbulo hasta llegar a recepción.

-Buenas -le dijo a la mujer que allí se encontraba.

Ella levanto la vista.

-¿Sí?

-Soy el hijo de Natalie Ransom ¿puedo verla?

-Habitación 217, tercera planta.

-Gracias.

Fue hasta el ascensor y pulsó el botón con el número 3. Odiaba los hospitales. Olían raro, estaban envueltos en un aura de tristeza y sus enormes pasillos podían llegar a dar miedo. Aunque en verdad todo ese odio nacía de otro lugar, todo eso no hubiese importado de no ser porque su madre estaba hospitalizada allí debido a su cáncer.

El ascensor se abrió, Michael salió y avanzó hasta llegar a la habitación 217. Entró en ella haciendo el menor ruido posible, de estar su madre dormida no querría despertarla.

-¿Hijo? -preguntó Natalie con la voz cansada.

-Si mamá, soy yo.

-Oh, ya debe ser jueves.

Michael se sentó en una silla que había al lado de la cama de su madre y le agarró una mano.

-Ojalá pudiese venir más días.

Su madre lo miró.

-Sabes que no me importa, debes vivir tu vida. ¿Qué tal la semana?

-Pues como todas.

-Bueno, eso está bien.

-¿Tu qué tal?

-Voy tirando.

-Me alegro -sonrió.

Su hijo la beso en la frente. Le destrozaba verla en esas condiciones. Conectada a un montón de máquinas, con un pañuelo en la cabeza y con la piel casi gris, los labios secos y los ojos como un panda.

-¿Ya te han dado la comida? -preguntó Michael.

Natalie asintió.

-¿Y necesitas algo más?

-No, tranquilo. ¿Cómo esta tu padre?

-¿Por qué te preocupas por él? Ni siquiera viene a visitarte.

-Porque gracias a él es que te tengo a ti.

Michael suspiró.

-Supongo que está bien. Trabajando, como siempre.

-Ya le conoces, así es él.

-Es que no puede venir a visitarse por supuesta falta de tiempo, pero luego sale de trabajar y se va de fiesta con sus amigos. Es un capullo. ¿Cómo pudiste enamorarte de él?

-Cuando eres adolescente también eres estúpida.

-Tu nunca has sido estúpida, mamá.

-Se nota que no me conociste siendo adolescente. Tu querida madre era de lo peorcito.

Una sonrisa apareció en el rostro de Michael.

-Fue con tu padre, que nos colamos en casa de una compañera de clase. Ella se metía siempre con nosotros y decidimos gastarle una muy mala broma -se podía ver reflejada en su cara la felicidad mientras contaba la anécdota-. Como digo, nos colamos en su casa, pero no lo hicimos solos, nos llevamos un avispero.

-¿Qué? -rio Michael.

-Aún recuerdo su cara cuando bajo por las escaleras y vio el avispero encima de su preciada mesa de cristal. Era para hacerle una foto y enmarcarla.

Michael comenzó a reír, al igual que Natalie, aunque a esta poco tardo en llegarle la tos, quien en esta ocasión vino acompañada de un poco de sangre. Su hijo cogió un pañuelo y la limpio.

-¿Estas bien?

-Perfectamente.

-¿Segura?

-Siempre que tu estes aquí, yo estaré bien. Jamás lo olvides.

Michael sonrió.

Estuvo con su madre hasta que tuvo que irse. Al salir llamó a Evan.

-Dime.

-Este sábado hay una fiesta en casa de los Bullock ¿No?

-Juraría que sí ¿por?

-Iremos, y venderemos pastillas, necesito dinero.

-Vale tío, como tu veas, ya me dirás.

Michael colgó y se subió al coche.

Los Hijos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora