Capítulo 39

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Severus estaba en su casa, intentando ordenar las diversas pociones que necesitaría para preparar el próximo curso escolar, énfasis en lo de intentando. Normalmente era algo que le resultaba muy fácil, ya que había copiado mucho del año anterior, pero en aquel momento estaba demasiado distraído pensando en Harry como para siquiera intentar concentrarse, aunque no tener algo con lo que intentar distraerse era aún peor. Cada vez que cerraba los ojos, sólo podía ver a Harry la noche de su cumpleaños, recostado en la manta del picnic, con cara de pecado pero exudando un tentador aire de inocencia mientras conseguía que Severus le diera "la charla". Había sido una pesadilla y Severus había necesitado toda su fuerza de voluntad para no inclinarse y ofrecerse a hacerle a Harry una demostración de distintas cosas. El hecho de que hubiera conseguido pasar la velada sin cometer ninguna estupidez era poco menos que un milagro y probablemente sólo había contribuido a ello el hecho de que, avergonzado, no se había dado cuenta de lo receptivo que podría haber sido Harry a tales acciones.

El chico acababa de cumplir catorce años, por el amor de Merlín, no debería ser tan difícil controlarse a su alrededor, pero había algo en Harry que era capaz de encenderle la sangre, y podía hacerlo sin siquiera intentarlo. El otro día habían ido al cine, después de que ambos acordaran que querían intentar arreglar cuanto antes su último lote de encuentros esponsales para prácticamente garantizar la herencia de Severus. Parecía algo bastante inocente: habían ido a ver un nuevo estreno llamado Los Picapiedra, un dibujo animado que Severus recordaba de su infancia, así que pensó que era algo que ambos podrían disfrutar fácilmente, con la ventaja añadida de que era un estreno bastante reciente dirigido a las familias durante las vacaciones, así que esperaba que el cine estuviera demasiado lleno para que hubiera algún problema. Estaba muy equivocado.

Había empezado bien, pero Severus había olvidado lo claustrofóbico que se ponía cuando se llenaba y se había desplazado hacia el asiento de Harry, lejos de la madre con sobrepeso del otro lado, que insistía en utilizar los dos reposabrazos. Habían traído palomitas, aunque Severus no había comido mucho, consciente de rozar accidentalmente las manos con las de Harry, pero, cuando se acabó la bañera, Severus se había creído lo bastante seguro como para apoyar el brazo en el reposabrazos que había entre ellos. Al parecer, Harry tenía otras ideas y, con cierta timidez, había apoyado el brazo sobre el de Severus.

Severus no quería arriesgarse a montar una escena, o eso se decía a sí mismo, por eso no había dicho nada y la mano de Harry se había sentido rara al estar encima de la suya, que era la única razón por la que había cambiado el agarre, de modo que estaban cogidos de la mano con los dedos entrelazados y, obviamente, le resultaba natural acariciar los nudillos de Harry con el pulgar.

Puede que Harry no lo viera así, pues Severus había sentido que el chico lo miraba fijamente, pero se había negado a apartar la vista de la pantalla, temiendo lo que pudiera ocurrir si se dejaba perder en aquellos hermosos ojos verdes. Le resultaba vergonzoso dejarse llevar así, era un adulto, joder, pero había algo en Harry que le hacía actuar como un ridículo adolescente enamorado y lo amaba y lo detestaba a partes iguales.

Severus también estaba bastante seguro de que era masoquista. Harry le había recordado que había hablado de ir de excursión a Scafell Pike, en el Distrito de los Lagos, y le había pedido ir allí en su próxima cita. Severus, incapaz de decir que no a los malditos ojos de cachorro del mocoso, había accedido sólo para darse cuenta de que no había paradas de floo ni puntos de aparición en la zona, gracias a la abundancia de muggles, así que la única forma de llegar era en coche. El problema era que, cuando Severus calculó la distancia, se dio cuenta de que probablemente tardarían unas tres horas en llegar en coche hasta el Distrito de los Lagos, y que para la caminata en sí se necesitaría un día entero, así que, a menos que salieran ridículamente temprano por la mañana, la hazaña sería imposible, lo que significaba que la única forma de conseguirlo sería pasar la noche en un hotel.

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