Capítulo 16: Por primera vez pide ayuda Sherlock Holmes.

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Luego de intentar hablar con la policía, Sherlock y yo nos habíamos tenido que dirigir a otro lugar. Holmes había insistido en la inocencia de su hermana, pero al parecer tenían pruebas en contra de ella. Eso era malo, muy malo, ya que la enviarían a la horca a causa de un crimen que no había cometido. Yo estaba nerviosa y asustada, pero nada de eso se comparaba con lo que estaba sintiendo Sherlock Holmes debajo de esas múltiples capas que lo cubrían. 

Una vez mi padre me había dicho que los ojos eran las ventanas del alma, yo le había creído. Y aún lo sigo haciendo, ya que cada vez que veo los ojos de Sherlock, puedo ver que hay más de lo que su serio semblante puede expresar.

Holmes no había querido decirme a dónde íbamos, es más, se había quedado en absoluto silencio desde que salimos de la oficina de policía. Yo no quería molestarlo, así que también me mantuve en silencio.

Cuando fuimos a hablar con los oficiales algo me impidió entrar. El recuerdo de las gruesas rejas que me rodeaban y el podrido olor que rodeaban las mazmorras me hizo querer correr muy lejos de allí. Era un sentimiento extraño, jamás había sentido un rechazo así por algo, pero la idea de volver allí hizo que se me revolviera el estómago. Holmes había estado de acuerdo con que me quedara afuera, así que él había entrado por su cuenta a hablar sobre la libertad de Enola.

No sabía exactamente lo que le habían dicho, pero estaba molesto, muy molesto. Tal vez hasta consigo mismo, por no haber podido cuidar a su hermana del peligro que ahora corría. Yo quería decir algo, pero la idea de que Enola podría estar muerta para la noche siguiente me hizo cerrar la boca. Incluso cerró mis pulmones. 

El frío aire de Londres había aumentado su velocidad. Hacía unos días había sacado toda mi ropa del apartamento de Sherlock, me había llevado todo, así que no tenía ningún abrigo para abrigarme. Sherlock me había entregado uno, que, aunque me protegía bien del viento, me quedaba enorme.

Cuando nos detuvimos frente a una tienda de café miré con el ceño fruncido a Sherlock. 

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté sin comprender. Pero me ignoró rotundamente.

Giré para mirar la vacía calle en la que estábamos. Ni siquiera había hombres ebrios en las esquinas, estaba totalmente desierto. La iluminación de los faroles era casi nula y aunque el viento era fuerte, no hacía ruido alguno. El silencio era amenazador e incómodo. Me acomodé el abrigo sobre los hombros para que me protegiera mejor del gélido aire.

—Vamos —susurró. Me giré para mirarlo, había abierto la puerta de la tienda de alguna manera y el olor a pasteles dulces y café inundó mi nariz, que seguramente estaba roja a causa del frío.

Lo miré con los ojos abiertos pero no repliqué en lo absoluto.

Ambos ingresamos a la pequeña tienda con cuidado de no causar ruido. No comprendía en lo absoluto lo que planeaba Sherlock, pero a pesar de que ya estábamos adentro no quise preguntar. Me sorprendió ver cómo Holmes subía por unas escaleras que se encontraban en la parte trasera del mostrador. Me susurró para que subiera con él, y no dudé en hacerlo ni un segundo.

Cuando llegamos a la segunda planta, la habitación estaba completamente a oscuras. El frío de afuera ya no nos molestaba tanto, pero tampoco era realmente cálido allí adentro. Las paredes y el suelo de madera chirriaban de vez en cuando, sobresaltándome más de una vez.

—¿Qué es lo que exactamente buscamos? —pregunté a Sherlock en un murmuro casi inaudible.

—No es qué, si no a quién —contestó susurrando.

En ese preciso instante pude sentir la presencia de alguien más allí. Me di la vuelta hacia la zona más oscura de la habitación, buscando con la mirada a alguna persona que nos estuviera haciendo compañía.

Un caso de amores libres y misterios indescifrables [Sherlock Holmes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora