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Capítulo 3 •

Querido diario:

No sé por qué las cosas tomaron este rumbo. La enfermedad de mamá solo empeora y escuché como el médico susurraba al oído de papá: “Está en las manos de Dios, solo toca esperar”. A mi y a Carlos nos cuesta dormir. Papá últimamente no nos habla.
Dios, ten misericordia de mi madre.
29/09/59

Tiana cargaba una maleta en cada mano y un bolso apegado a ella, todo esto mientras subía la escalera. El sudor le perlaba la piel morena y la hacía jadear.

—Tiana, por última vez, déjame ayudarte —dije tironeandole una de las maletas.

—Si la vieran cargando sus cosas pensarían que no tiene estatus. No pienso fallarle de ese modo.

—Deja de hablar así, ¡Que piensen lo que quieran! —proclamé levantando la maleta, pero ella no se dignaba a soltarla —Vamos, si algo pasa yo me haré responsable, ¿si? No te afligas y acepta mi ayuda.

—Ay señorita, que pecado.

Tiana se presenta como un personaje secundario en el libro, una mujer que rondaba los veinticinco años, muy tímida pero también muy trabajadora. No era hermosa pero tenía unos ojos negros que atraían la atención y talento de modista que posteriormente la lleva a formar su propia Boutique. Desde cierto punto Joselyn y ella dejaron de llevarse bien, el por qué aún es un misterio, pero sospecho que es gracias a Tiana que Briela conseguía tanta información acerca de su enemiga. Pero por el momento eso no es más que una teoría y para descatarla tendré que ponerla a prueba.

Las habitaciones femeninas se ubicaban en el tercer piso del ala norte del edificio. Las escaleras eran altas y empinadas, por lo que fuimos subiendo el equipaje por partes. Cuando dejamos ya gran parte en el segundo piso, la pelinegra fue al carruaje a buscar el resto y yo me las tuve que arreglar para avanzar.
Tomé la maleta roja por el mango y me decidí a subir. Solo unos cuantos escalones más para llegar a la cima.
Al parecer, independientemente si soy Vera o Joselyn, mi suerte seguirá siempre igual de mala, pues perdí el equilibrio en cuando pisé el penúltimo peldaño para llegar a cima, mi pie se resbaló y caí de espaldas en... ¿Alguien?

—¡Auuch!

—Oh santo cielo, ¡perdón! —me giré sobre mis rodillas y vi a mi víctima a la cara.

Era un chico alto, bastante guapo, de cabello oscuro y rizos incontrolables, tenía una mandíbula marcada, unos labios finos y unos ojos... ¿Verdes? ¿O son acaso grises? Su cara estaba algo roja y parecía mirarme con impaciencia.

—¿Está usted bien? —preguntó preocupado.

—Sí, perfectamente ¿Y usted? ¿Se ha golpeado la cabeza?

Con gusto seré la villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora