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• Capítulo 5 •

Querido diario:

Hoy murió mamá.
Carlos me consuela pero sus ojos están igual de rojos que los míos. Murió en la noche, así que nadie pudo sostener su mano. Murió sola y eso no es justo, mamá era buena. Muy buena. La mejor.
26/12/58


El frío era glacial esa mañana. Faltaban poco para las seis y en el cielo ya empezaban a aflorar los primeros colores del amanecer.
Bajé la mirada y miré mi par de botas negras junto con el pantalón blanco que se ceñía a mi cuerpo. Hace mucho tiempo que no me vestía así, se sentía bien. Habíamos decidido que lo mejor sería montar al amanecer, no habría gente y se evitarían las habladurías innecesarias.

—Valdrá la pena —Gustavo apareció a mis espaldas, con dos caballos tomados de las riendas —Asi que no me odies todavía.

—Si supieras lo tibia que estaba mi cama no me pedirías tanto —entrecerré los ojos con falso reproche, a la vez que me acercaba al animal negruzco y le acariciaba su alargado rostro.

—¿Que hay de Babieca, no la saludarás?

Asumí que era el caballo que se paraba a nuestro lado, grande y de un bellísimo pelaje rubio metálico. El corcel de la familia Oliv. Me acerqué a ella con cuidado y acaricié sus crines doradas pero casi al instante, la yegua se inquietó y retrocedió. En sus ojos noté cierta inquietud, casi como si supiera que yo no era su verdadera dueña, una impostora. Gustavo le chasqueó la lengua para tranquilizarla.

Quizá era algo bueno. Si Babieca no me permitía montarla, al menos me evitaría morir en un accidente de caballo.

—Tranquila nena, tranquila —la acarició —Vamos, permíteme ayudar a subirte.

Me ofreció su mano enguantada y yo la acepté vacilante, la otra la puso en mi cintura y con un pequeño impulso ya estaba arriba. Al estar allí, mi cuerpo dejó fluir toda la tensión y mis músculos cedieron a favor de la experiencia. Era como si mi cuerpo me rogara galopar. Como andar en bici, comprendí con emoción, cosas que el cuerpo de Joselyn jamás olvidará.

Empecé con un lento golpeo, tanteando tanto el terreno como mi nueva habilidad, Babieca relinchó en lo que me pareció una aprobación y mi cuerpo se movió casi mecánicamente, apreté mis muslos, agaché mi cuerpo y comencé a cabalgar. La rapidez era emocionante, el viento me peinaba y rozaba mis mejillas.

Me detuve jadeante, alejando los cabellos de mi rostro.

—¡Hey! —me alcanzó segundos después, ya sobre Troya, portaba una gran y amplia sonrisa, en la cual enmarcaban sus dos hoyuelos — ¡Ni siquiera me esperaste! Eso fue genial.

Con gusto seré la villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora