XXI. Niebla y preguntas

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La mañana comenzó como cualquier otra

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La mañana comenzó como cualquier otra. El sol apenas asomaba sus primeros rayos cuando abrí los ojos, aún medio dormido, y escuché el suave susurro del viento fuera de la casa. Me quedé un rato más en la cama, disfrutando del calor bajo las sábanas, mientras el silencio se extendía por todas las habitaciones. No escuchaba el tintineo de la taza de té de Muma, pero no le di importancia. Tal vez estaba descansando en su habitación o había salido temprano hacia el pueblo, como solía hacer.

Finalmente, me levanté y me dirigí a la cocina. Todo estaba en su lugar, tan ordenado como siempre. La tetera estaba fría, señal de que Muma no había preparado el desayuno. No le di mucha importancia; era probable que hubiera salido a pasear por el pueblo, o a visitar el mercado para comprar algunas cosas. Me serví un vaso de agua y luego me preparé una taza de té. La casa se llenaba lentamente de luz, ese brillo dorado del sol matutino que hacía que todo pareciera más acogedor.

Con mi té en mano, me senté en el sillón junto a la ventana. Cogí el libro que había estado leyendo durante los últimos días y me sumergí en su historia, disfrutando de la tranquilidad. Las horas pasaban con lentitud, y de vez en cuando levantaba la vista del libro, esperando escuchar el suave sonido de la puerta abriéndose, el crujido del piso bajo los pies de Muma. Pero la casa seguía en silencio.

No me preocupé demasiado. Muma solía pasar horas en el pueblo, disfrutando de las conversaciones y el ambiente. A veces, volvía con pan recién horneado o flores frescas que compraba en sus recorridos. Así que volví a concentrarme en el libro, dejando que la historia me envolviera.

Sin embargo, después de un par de horas, comencé a sentirme inquieto. La luz del día había cambiado, volviéndose más apagada, como si algo estuviera bloqueando el sol. Cerré el libro y lo dejé a un lado, levantándome del sillón. Una sensación de incomodidad crecía en mi pecho.

Fue entonces cuando escuché a los cuervos. Su graznido áspero llegó desde afuera, rompiendo el silencio con una nota discordante. Me acerqué a la ventana, y lo que vi me detuvo en seco.

Una niebla espesa había aparecido de la nada, cubriendo el pueblo que solía ser visible desde la ventana. Las casas y calles que conocía tan bien estaban ahora envueltas en una bruma blanca y densa, como si hubieran desaparecido en otro mundo. Los cuervos volaban en círculos sobre la plaza, sus graznidos resonando en la niebla.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Abuela —susurré, el pánico empezando a formarse en mi pecho.

Me dirigí rápidamente a la puerta de la casa, abriéndola de golpe. El aire frío de la niebla me golpeó el rostro, y di un paso afuera, sintiendo cómo el miedo comenzaba a apoderarse de mí.

Lo primero que hice fue mirar hacia el pueblo, esperando ver a Muma regresando por el camino, pero no vi nada. Solo la niebla, espesa y opresiva, cubriendo todo a su alrededor. No había señales de vida, ni sonidos de actividad. La bruma se extendía como una manta sobre todo, y el pueblo, normalmente lleno de vida, estaba sumido en un silencio inquietante.

La estación del último latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora