XVIII. Bar, Sr. King

32 2 0
                                    

Cada persona estaba comprando o viendo desde las vidrieras en las tiendas de Villa Finhymia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cada persona estaba comprando o viendo desde las vidrieras en las tiendas de Villa Finhymia. El ruido que producían las ruedas de las carretas a caballo y los vehículos, cuando circulaban por los caminos arenosos y empedrados, era bastante fuerte; las calles estaban llenas de bullicio.

Me dispuse a seguir a Yamil; no tenía idea de a dónde estábamos yendo. Supuse que él sabía hacia qué dirección nos dirigíamos por cómo caminaba entre los demás. Yo nunca me puse a recorrer las calles de Villa Finhymia, mi trayecto como estudiante era salir de mi casa e ir directamente hacia la escuela, y luego regresar de la escuela a mi casa. No obstante, mientras observaba los puestos de los vendedores, me di cuenta de que la calidad y los precios de los productos no eran muy diferentes a los de Derrwood.

Esquivamos a un grupo de mujeres, quienes estaban presumiendo sus vestidos entre ellas mismas, captando algunas miradas cercanas y lejanas. Yo no me distraje con ese escenario para no perder a Yamil, ya que sus pasos avanzaban apresurados.

Nos detuvimos enfrente de una edificación algo deteriorada y despintada. Le eché un rápido vistazo al nombre que reflejaba una madera clavada en la entrada: Bar, Sr. King. Mientras inspeccionaba el dorado de las letras y lo bien barnizado que estaba —mucho mejor que todo el local—, el rechinido de una puerta batwing, hizo que mi mirada cayera hacia adelante.

Yamil había entrado.

Dudé por un instante. Solo observaba que entraban y salían hombres mayores y ancianos desde allí. Yamil fue el único adolescente que vi. No debía quedarme afuera, y mucho menos si no tenía conocimiento de las personas de este pueblo.

Empujé esas puertas con incertidumbre y apreté la tira de mi bolso. Fruncí el ceño por desagrado cuando sentí el olor a licor puro en mi nariz. Para atravesar a los fumadores que estaban sentados muy cerca de la entrada, tuve que cubrirme con el brazo. El humo del tabaco flotaba en el aire.

Mis ojos observaron cada parte del lugar, hasta que vi a Yamil en la punta, lejos de donde yo estaba. A pesar de que parecía ignorar mi presencia en el bar, me acerqué a él a paso lento. Apenas estuve a muy pocos metros de su persona, giró su cabeza, en mi dirección. No me detuve hasta estar a su lado; quizás un metro nos separaba.

—¿Qué hacemos aquí? —tuve el impulso de preguntar.

Yamil me miró con la misma indiferencia de siempre: sin interés. Sin embargo, un momento después de haber dicho mi pregunta, él se acomodó mejor en el taburete donde estaba sentado y me inspeccionó. Me pareció extraño que no respondiera y que simplemente me observara con esos ojos azules, como su cabello.

Solo por su contacto visual tan fijo y directo, miré de reojo hacia los lados. Agradecí internamente al hombre que puso una copa de licor al lado de su mano, desconectándolo de mí. Fue como si se hubiera quedado hipnotizado, aunque sea por un momento, en mi persona.

—¿Desea algo de beber? —Esperando respuesta, el señor de la barra me miró con una lista en su mano.

No supe qué decir. En dos ocasiones en mi vida, había consumido alcohol bajo la supervisión de Muma, aunque fuera la mitad de la copa. En mi primera vez tomando licor, ella me hizo probar un trago de coñac. Sin embargo, aunque me ofrecieran y trataran de convencerme para beber un poco, le prometí a mi abuela que nunca bebería sin su presencia.

La estación del último latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora