Ojos cómplices

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Los hechos de anoche se recuerdan como aquello que una abuela cuenta sobre su infancia; no por su nostalgia, sino por el esfuerzo sobre extremo que se necesita para lograr despertar la historia. Cerrando los ojos, frunciendo el seño y mirando hacia un costado, buscando en algún extremo del cerebro la memoria. Y aunque la alusión no llegue como un golpe en seco, con el tiempo va cobrando cada vez más sentido. Tal como cuando pensás en alguien y recordás que anoche soñaste con él. ¿La noche de ayer habrá sido un sueño?

La escena previa es muy límpida, no es borrosa ni confusa. Clara regresó a su casa; respondió un aburrido interrogatorio de Julián, no disfrutó de la pileta (de hecho ni siquiera recuerda la promesa que había asegurado anteriormente) y evitó cruzarse con Enzo hasta la hora del proyecto. En parte, porque no quería levantar sospechas, pero en el fondo ella conoce los motivos de la evasión. Es que las directas sugerencias de Enzo la tienen un poco mareada, y no tenía en mente tomarse el trabajo de ignorar a Martín para en su defecto, pasar la noche proyectando a Enzo.

Después de despabilarse se apuntó directo a la ducha. Necesitaba hacer su rutina lo más temprano posible para que la familia no sospeche el nuevo e inusual horario de sueño. El movimiento nocturno que siempre agita la casa es acreditado a la menor de la familia, y hoy pretender dormirse antes de las dos de la mañana resulta impensado para todos. Entonces una vez que sale del baño, se pone el short blanco de estrellas y la camiseta del Barcelona que viste para dormir y va derecho hacia el living. Allí están Enzo y Julián, mirando una repetición de Benfica vs Marítimo; no están muy interesados porque apenas Clara llega, ambos la observan. Emilia está en la cocina ayudando a Mariana con la cena, y es justamente ahí a donde Clara se dirige.

-Ma, ¿qué hay para comer?- pregunta Clara, consiguiendo la respuesta a través de sus propios ojos.

-Fideos- responde mientras busca la tijera para abrir el paquete de salsa, pero apenas se da vuelta para verla, parece estar confundida- ¿Tan temprano con el pijama?

Es lógico, Mariana no puede evitar estar siempre atenta a todo. Es su madre, la conoce mejor que nadie.

-¿Qué tiene?- dice, bajando la mirada y estirándose la camiseta con las manos- Son como las diez.

-Bueno, mejor- agrega Mariana- Preferible que se te acomoden los horarios ahora.

Clara ignora a su mamá y ella continúa preparando la cena. Le resulta extraño el presunto silencio de Emilia, que se dedica a lavar los platos a su lado, aunque no se detenga demasiado en eso. Se da vuelta y mira hacia el living, directo al sillón. Enzo la busca con los ojos, intrigado por el intercambio de la joven y su madre. Clara levanta el pulgar hacia arriba, recibiendo un giño y una sonrisa del joven. Si tuviese la oportunidad, lo mataría; no sabe si a besos o a trompadas.

La cena no tiene relevancia, pero Clara termina en su cuarto, arrepentida de haber dejado para último momento la decisión más importante de la noche: qué ponerse.
La habitación no es demasiado grande pero sí es un completo desorden. Abajo de la cama de media plaza están todos los calzados tirados, sin orden ni patrón. Al costado hay una silla de madera repleta de ropa, pero nada de eso sirve para la noche. A su vez, el escritorio se encuentra desbordado; hay libros, papeles, cremas, cinturones y maquillajes (aunque ella no los use con frecuencia). En el piso hay un par de labiales que ya se cayeron hace un par de días y nadie se dignó a levantar. Sin embargo, no cabe duda que el placar se lleva el premio mayor. Toda la ropa que habita allí se encuentra hecha un bollo, y las prendas son tantas que muchas de ellas se apilan en el fondo de este y es imposible encontrarlas en medio de un apuro. Un apuro como este.

Clara desde hace ya algunos días tenía en mente lo que iba a ponerse hoy. Es un vestido negro, básico, con dos tiras que rodean el cuello. Es corto y pegado al cuerpo, no es llamativo ni extravagante; pero así tal cual es ella.
El principal problema es encontrar donde está. Entonces Clara dedica media hora de su noche a sacar ropa y tirarla a un costado, como si estuviera protagonizando una película de Lindsay Lohan, pero no lo encuentra y tampoco puede recurrir a nadie.
Entre la desesperación, agarra su celular y le escribe a Enzo. "Fíjate si hay un vestido negro en el lavadero" dice ella. Y él parece hacerse desear, porque incluso después de cinco eternos minutos Enzo todavía no abre su mensaje. Clara con el tiempo contado, lo llama.
Suena el celular y Enzo lo curiosea, pero cuando está por atender, Clara corta.

Nena Boba- Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora