capitulo 4.

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Narrador omnisciente.

-¿Alguien puede hablar?- preguntó Hugo- ¿De qué verdad habla la tía Lucrecia?

-Que bueno que llegan niños, su papá tiene que contarles las buenas nuevas- rió y cruzó los brazos triunfante.

-¡Bueno ya basta!- el moreno levantó la voz en tono de amenaza a su hermana.

-¿Papá?- lo miró Rafael sin entender nada.

Los tres chicos lo miraban intentando analizar lo que sucedía. Querían una respuesta, y en eso se parecían demasiado a su padre;la querían ya.

-Marisa y yo nos casamos. No voy a esperar que me feliciten y mucho menos voy a permitir que me juzguen.

-No pues- rió Lucia- primero te vemos a un paso del altar con Paulita y ahora te casas con la cougar esta. Felicitaciones papito querido.

-La busca billete no iba a parar hasta obtener esto ¿Verdad?- le reclamó el mayor de sus hijos.

-¡Basta! ¿No entendieron?- se les acercó más para no ponerse mas severo con ellos- Mi mujer vivirá de ahora en adelante en esta casa y quiero que la respeten. Van a dejar de pasar sobre mi ¿Qué les pasa? ¿Enloquecieron? 

-Pues si esa va a vivir bajo el mismo techo que nosotros- señaló a sus hermanos- yo me largo de aquí.

Fueron las últimas palabras de la joven Lombardo quien no dudo un segundo más y subió a su habitación seguido de Hugo y Rafael quienes lo miraban con absoluta reprobación. Los menores del clan no iban a permitir que una x viniera a ocupar el lugar de su sagrada madre, pero lo que ellos no sabían era que esa mujer a la que tanto desprecio le profesaban, era la mujer que los había traído al mundo.

-Que bueno que se den cuenta de lo que su padre no. Iré a prepararme un té. 

Lucrecia lo había dejado solo, parado frente al retrato de aquella mujer a la que ni siquiera conocía. 

Año tras año le lloro a esa foto haciéndoles creer a sus hijos  la pérdida de la mujer de su vida, pero en el fondo se arrepentía de ni siquiera haberle dado el beneficio de la duda. Le carcomía la cabeza el no saber si la pequeña de ojos verdes era su hija. Su hermana y amigos pasaron 20 años llenándole la cabeza de mentiras de las que él mismo se atrevía a dudar por momentos. 

-¿Qué hice? ¿Qué estoy haciendo?- se preguntó a sí mismo.

Por un instante pensó que lo mejor era encerrarse en su despacho y ahogarse en whisky para así aplacar un poco el dolor e intentar extinguir el fuego que le corría por la piel cada vez que tenía cerca a Marcia.  

Tomó rumbo hacia la habitación para buscarla. Quería saber si había escuchado el altercado familiar.

Cuando ingresó a la recamara, no divisó a nadie, entonces se metió al vestidor sin pensarlo dos veces. Allí estaba la pelirroja acomodando sus perfumes y cremas sobre un estante que él mismo se había encargado de vaciar el día anterior. Ella no se había percatado de la presencia de su marido hasta que la tomaron de la cintura y su cuerpo se congeló por completo.

-Esteban…- susurro como si le robaran el poco aire que le quedaba en los pulmones.

-Disculpa no quería asustarte- le habló muy cerca del oído- me alegra de que hayas podido acomodar todo.

-No era tanto- le dio poca importancia a las palabras de él para darse vuelta y mirarlo a los ojos- ¿Qué te parece si celebramos con una copa?- lo increpó tomándolo de sorpresa- A no ser de que tengas que ir con Paula- dijo llena de celos.

Cadenas de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora