Capítulo 5

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Cuando el taxi me dejó frente al restaurante estaba tan nerviosa que temía no poder caminar. Las piernas me temblaban, y los zapatos de tacón no ayudaban.

Miré la hora en mi teléfono móvil, y comprobé que no había sido puntual: me había adelantado quince minutos. Me maldije a mí misma por llegar siempre temprano a los sitios, porque eso significaba que tendría que esperarlo, aumentando con ello mi nerviosismo. Pero me equivocaba.

Escuché cómo se abría la puerta de un coche aparcado a unos metros de distancia y era él. Me miraba y sonreía como el día anterior en el hospital, cuando nos habíamos conocido. Pensar en ello me hizo sentirme indecisa por un instante; no nos conocíamos, pero estábamos teniendo una cita. Aunque mi vacilación terminó en cuanto escuché su voz:

Profesora Suárez, veo que no soy el único que no quería llegar tarde.

—La impuntualidad no es mi estilo, doctor Castro —ataqué siguiendo su juego.

Su sonrisa se ensanchó y se acercó a paso ligero y con seguridad, pero en cuanto estuvo frente a mí pareció llenarse de inseguridades.

Ninguno sabía cómo debíamos saludarnos, y los dos éramos un manojo de nervios. Así que decidí que yo debía dar el primer paso, y me acerqué a él para darle un rápido beso en la mejilla. En cuanto me separé de él vi cómo me lo agradecía alzando las comisuras de los labios, y se limitó a preguntar:

—¿Entramos?

—Claro.

El restaurante era un sitio precioso. Su decoración era muy sobria y se componía únicamente de tonos de maderas oscuras y de negro, con una iluminación muy escasa pero que le confería mucha personalidad al local.

En cuanto entramos, un componente del personal saludó con cariño a Martiño y se apresuró a llevarnos a nuestra mesa sin siquiera preguntar por el nombre de la reserva; seguramente no era la primera vez que él comía en ese lugar.

Pude ver como las mesas estaban divididas con cortinas opacas negras, lo que daba una privacidad extra a los comensales. No me disgustaba, pero también aumentaba mi nerviosismo, si es que eso era posible.

En cuanto nos sentamos frente a frente en nuestra mesa, el miembro del personal nos deseó una agradable velada y cerró las cortinas a nuestro alrededor, quedándonos con ello a solas.

—¿Te gusta el restaurante?

—Es precioso —confesé con admiración —. Aunque... espero que no tenga problema con mi alergia a los cacahuetes.

—No te preocupes, en cuanto nos tomen nota nos preguntarán por los alérgenos, tolerancia al crudo y tolerancia al picante. Es una norma del jefe de cocina.

—Pareces conocer muy bien este sitio —dije intentando no parecer que lo estaba acusando. Pero ¿a cuántas chicas más había traído aquí? —¿Has venido muchas veces?

—Suelo cenar aquí una vez al mes —confesó sin arrepentimiento —. Pero siempre vengo solo.

Pese a que no me gustaba mostrar tan abiertamente mi alivio, no pude evitar sonreír como una estúpida. Martiño me correspondió enseñándome su perfecta dentadura blanca.

—¿Y eso por qué?

—Mi hermano es el jefe de cocina, así que tengo una mesa siempre que la quiero. Aunque te confieso que he tenido que sufrir un interrogatorio por ser la primera vez que hago una reserva para dos personas.

Nos reímos juntos y la tranquilidad pareció hacerse presente entre los dos.

Por recomendación de Martiño, pedimos el menú degustación y maridaje que ofrecía el restaurante. Solo esperaba que los vinos no tuviesen una alta graduación, ya que no estaba acostumbrada a beber.

Hablamos de nuestros trabajos y de cómo disfrutábamos con ellos mientras bebíamos un suave vino que, a decir verdad, me estaba encantando. Pronto terminamos el primer plato y, revolviendo la copa con la mano, Martiño quiso saber más sobre mí.

—¿Qué te parece jugar a algo?

—¿Jugar? —pregunté sin esconder mi sorpresa.

—Sí, para conocernos. Hacemos una pregunta y los dos tenemos que contestarla. Así nos conoceremos mejor.

—Vale —accedí dispuesta a aprovechar la oportunidad que se me presentaba —. Pero sin vetar preguntas. Debes contestar todo lo que te pregunte. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —repitió con diversión —. ¿Debo asustarme de lo que vayas a preguntar?

—Ahora lo sabrás; comienzo yo. —Entorné los ojos y fruncí los labios, pensando una buena pregunta —. ¿Por qué me buscaste en Instagram?

—Has desaprovechado una pregunta. —Hizo una pausa silenciosa, pero ante mi mueca de confusión, prosiguió explicándose —. ¿No es obvio? Me llamaste la atención en el hospital.

Siendo sincera, la respuesta me había gustado, pero me había hecho sonrojar. Esperaba que las capas de maquillaje que Carme me había aplicado hicieran su función y no se notara.

—Me imagino que es estúpido que te pregunte lo mismo —siguió Martiño —, porque obviamente tú no me buscaste.

—No, no te busqué; aunque estuve a punto —me sinceré. Martiño alzó las cejas con asombro —. Le conté nuestro encuentro a mi compañera de piso y casi me obliga a hacerlo.

—Pero no lo hiciste.

—Yo... no estoy acostumbrada a estas cosas —me miré las manos intentando no quedarme atrapada en sus ojos —. No me atreví.

—Bueno, menos mal que yo sí.

La atmósfera entre los dos había cambiado, dando paso a una tensión que no me disgustaba en absoluto, aunque sí me sofocaba. Decidí romper el momento para evitar ruborizarme de nuevo.

—Te toca a ti hacer una pregunta.

Soltó una risa exhalada ante mi cambio de tema, pero no tardó más que unos segundos en hacer su primera pregunta:

—¿Cuál es tu animal favorito?

—¿En serio me vas a preguntar eso?

—Es una pregunta tan válida como la tuya.

—Pues... —pensé más de la cuenta la respuesta. Nunca me habían preguntado algo tan trivial —. Supongo que me encantan los perros.

—¿Supones?

—Crecí con una mestiza de cocker spaniel inglés, y hoy en día aún me acuerdo mucho de ella. —Sonreí con nostalgia al recordarla—. Así que el resto de los animales están a su sombra.

—Buena respuesta.

No entendía la pregunta, así que supuse que su respuesta no me dejaría indiferente. Me estaba empezando a impacientar cuando decidí interrogarlo al respecto:

—Bueno, ¿y cuál es tu animal favorito?

—Oh, yo no necesito pensarlo —reveló con una sonrisa mientras ladeaba la cabeza —. Lo tengo muy claro desde hace muchos años.

—Me estás intrigando —aseguré con tono burlón —. ¿Cuál es?

—El elefante.

Elefante plateadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora