—¿Elefante?
—Sí —confirmó Martiño con una sonrisa —. Pareces sorprendida.
Claro que lo estaba. Me habría podido imaginado que su animal favorito fuese el delfín, la pantera o incluso la jirafa; pero, ¿el elefante? Ni en un millón de años lo habría imaginado.
No necesité preguntarle para que se explicara. Estaba tan intrigada que supuse que mi semblante era una petición evidente de una aclaración.
—Es un animal muy infravalorado, Olaia. Seguro que no sabías que tienen el mejor olfato del mundo.
—Pues no, la verdad.
—Casi nadie lo sabe. Pero no solo destacan en eso: son los animales más grandes y pesados que existen; pueden emitir sonidos imposibles de escuchar para el oído humano, y lo utilizan para comunicarse con entre ellos cuando están a kilómetros de distancia; a pesar de su gruesa piel, tienen una gran sensibilidad al tacto y pueden distinguir incluso texturas cuando tocan algo... ¿quieres que siga?
—No es necesario, creo que me has convencido.
Nos reímos al unísono mientras nos servían el siguiente plato. Comenzamos a comer en silencio esa deliciosa cena, pero supe que el doctor tenía más que añadir en cuanto lo miré a los ojos. Haciéndole un gesto con la cabeza, que el entendió instantáneamente, le insté a proseguir con su explicación.
—Comencé a interesarme por los elefantes cuando hice un voluntariado en la India. Me fui un verano completo a Nueva Delhi el año anterior a terminar la carrera de Medicina. Hablar con esa gente... me cambió.
Lo contaba con una mezcla de emoción y añoranza que hizo que, por primera vez, pudiese ver su parte más vulnerable.
—Hice un gran amigo allí: Jaidev —continuó con una sonrisa que albergaba algo de tristeza —. Él fue una de las personas a la que ayudé allí, pero se convirtió en una persona muy importante para mí. Hoy en día seguimos en contacto y lo considero incluso parte de mi familia.
» Jaidev sigue la tradición smarta, que es una de las varias denominaciones del hinduismo. Hay gente que sigue pensando en ella como religión, pero Jaidev me enseñó que eso no siempre era así: para él, el hinduismo es su cultura y un modo de vida totalmente espiritual. Lo que le ofrece el smartismo es el sentirse en armonía; consigo mismo y con su entorno.
» A pesar de ello, mi curiosidad hizo que me pasara horas haciéndole preguntas sobre el tema, así que Jaidev también me explicó la parte más religiosa del hinduismo. Es una religión politeísta, así que me habló un poco de cada uno de los dioses que la componen; pero el dios Ganesha me caló hondo.
» Ganesha es uno de los tres dioses más importantes del hinduismo. Seguramente te suene, tiene cabeza de elefante y cuerpo humano. —Asentí con la cabeza haciéndole saber que sabía de lo que me hablaba, pero no quería pronunciar ni una palabra; estaba demasiado absorta escuchándolo —. Pues bien, Ganesha es el dios de la inteligencia, por eso se representa con cabeza de elefante, porque es un animal sumamente sabio. Es símbolo de la educación, la protección y la buena suerte, mientras que es el destructor del egoísmo y el orgullo. Me sentí tan identificado con lo que odiaba en el mundo, que incluso llegué a tatuármelo. —Se tocó el brazo izquierdo con una sonrisa ladeada —. Algún día te lo enseñaré.
Su voz mientras hablaba con esa pasión, esa sonrisa de dientes perlados y sus ojos ámbar hicieron que me sintiese atrapada en una espiral de sentimientos que no entendía ni de dónde habían salido.
Que el doctor Sexi era guapísimo, era un hecho.
Que me estaba empezando a gustar más de lo que me gustaría admitir... era un hecho también.
—Siento el sermón que te acabo de soltar —se justificó al ver que yo me había quedado muda —. A veces soy demasiado... intenso.
—No te disculpes; ha sido, de lejos, la conversación más interesante que he tenido en todo el mes. —Martiño alzó las cejas con escepticismo —Ya sabes, trabajo con adolescentes con las hormonas revolucionadas.
Volvimos a reírnos, aunque podía notar como cada vez me sentía menos nerviosa. La tensión entre los dos había ido aflojándose, dando paso a un ambiente más relajado y distendido.
—Te toca preguntar —me recordó señalándome con el tenedor.
—Mmm...
No quería desaprovechar una ocasión como esta. No todos los días se tiene la oportunidad de poder realizar un interrogatorio a la carta a quien tienes en frente y, sobre todo, cuando acabas de conocer a esa persona.
Intenté formular preguntas personales que ahondaran en su personalidad y me dieran pistas sobre su forma de pensar y relacionarse.
Fue así como descubrí que el doctor Castro era una persona familiar, a pesar de haber perdido a sus dos padres en un accidente de tráfico años atrás; su hermano era su única familia ahora, aunque afirmaba completarla con unos cuantos buenos amigos. Esto hizo sentirme mal cuando le confesé que yo sí tenía padres, pero que los evitaba porque no me llevaba bien con ellos.
Teníamos en común el haber sufrido por amor y haber pasar una buena temporada sin compañía. Al igual que la mía, su última relación había terminado de la forma más terrible posible, aunque ninguno habíamos dado muchos detalles. Lo que sí habíamos reconocido es que los últimos años solteros nos habían venido de perlas a los dos para poder unir los pedacitos de nuestros corazones rotos.
Me sorprendió cuando, con rotundidad, me manifestó que en un futuro se veía viviendo en una casa amplia y con jardín, teniendo una familia y siendo feliz. Me sentí estúpida cuando yo solo pude decirle que mi sueño era sencillamente poder viajar una vez al año.
Por otra parte, las preguntas de Martiño me desconcertaron. Me soltaba cuestiones a priori frívolas e insustanciales, pero que cuando él mismo las respondía obtenían más significado del que aparentemente tendrían. Nunca pensé que un color o una comida favorita pudiesen ser tan transcendentales hasta que escuché los argumentos que me daba.
Estábamos terminando el postre cuando habíamos decidido dejar el juego en la sexta pregunta. Nos habíamos extendido tanto en la explicación de cada una de las cuestiones que no nos había dado tiempo a más.
—Vamos, última pregunta.
—Última pregunta por hoy —recalcó ladeando la cabeza.
—Por hoy —coincidí asintiendo a la vez que sonreía—. A ver, doctor Castro, ¿qué quiere preguntarme?
Hice la pregunta entonando una voz burlona, apoyando el codo izquierdo en la mesa y la cabeza sobre la palma de la mano. Sonreía intentando imaginarme cuál sería su próxima pregunta. Pero mi sonrisa se congeló en cuanto vi que él entornaba ligeramente los ojos.
Parecía estar pensando alguna perversidad, o debatiéndose si debía preguntar o no lo que rondaba su mente. Las comisuras de mi boca fueron cayéndose a medida que pasaban los segundos, pero él seguía con su mirada impenetrable, hasta que hizo la pregunta:
—¿Me dejarás besarte hoy?
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Elefante plateado
RomansaUn sueño reiterante y oscuro; un amor apasionado; y un elefante plateado. ¿Podrá sobrevivir a los tres? *** Olaia lleva una vida feliz pero aburrida: trabajo, casa y más trabajo. Hasta que conoce al amor de su vida y un oscuro sueño comienza a pers...