Capítulo 8

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Me había acostumbrado a no dormir lo suficiente y a intentar disimular las exageradas ojeras que me daban un aspecto desaliñado y enfermo; pero lo que se salía totalmente de lo habitual era sentir el miedo tan intenso que me recorría el cuerpo ese sábado desde que me había despertado.

Siempre había pensado que ese sueño me perseguía debido a un recuerdo: una película vista en el cine, un libro leído, una historia escuchada... Pero no estaba preparada para que parte de la realidad que vivía en ese preciso momento se inmiscuyera en él, dándome a entender que no era un recuerdo, sino parte de mi futuro.

¿Era Martiño el hombre que me atemorizaba por las noches? ¿Lo había sido siempre? No quería creerlo. Eso lo haría demasiado... real.

—Buenos días.

Carme entró en la cocina con su usual resaca de los sábados por la mañana, con los ojos emborronados del maquillaje que no se había retirado la noche anterior y el pelo alborotado. Lo primero que hizo fue servirse un gran vaso de agua, sin ni siquiera mirarme; y cuando lo hizo la preocupación inundó su semblante.

—Olaia, ¿estás bien?

¿Qué se suponía que debía contestar? Yo estaba bien, me encontraba fenomenal físicamente. Pero no sabía si el miedo que percibía era un sentimiento irracional o estaba justificado.

—Yo no... sí... estoy... —balbuceé intentando ser sincera. Cuando no encontré una respuesta coherente, me limité a decirle la que consideraba la más certera —. No lo sé.

—¿Qué ocurre? —interrogó con cara de horror —. ¿Te ha hecho algo el doctor?

—No es eso.

—Olaia: por muy buenorro que esté, si se ha pasado de la raya dímelo. Te juro que iré y le cortaré los...

—¡No me ha hecho nada! —la interrumpí con un grito —. O por lo menos... no todavía.

Suspiré de cansancio al ver su cara. Carme estaba confundida, y no se lo podía reprochar; pero tampoco sabía cómo comenzar a explicarle lo que me ocurría. Tenía miedo de que se riera de mí, de sentirme juzgada. Pero era mi mejor amiga: si había alguien a quién podía confiarle todo lo que me atormentaba, era a ella.

—Es el sueño.

—El sueño —afirmó en lugar de preguntar —. Llevas más tiempo del que puedo recordar teniendo esa pesadilla. ¿Qué es lo que te inquieta ahora de repente?

—He visto algo nuevo en él.

Abrió exageradamente los ojos. Había pasado veinte meses soñando exactamente lo mismo. Carme lo sabía más que nadie: al principio se había interesado tanto en mi sueño, que incluso había comprado libros exotéricos y había conseguido el número de una supuesta vidente que vivía a tan solo media hora de nuestro apartamento, pero a la que me había negado a acudir. Con el tiempo, mi amiga había perdido las ganas de animarme a buscar respuestas, y con ello se había esfumado su interés. Pero esta revelación parecía volver a captar su atención.

—¿Has visto su rostro? ¿Es... es el doctor?

—No, no... todavía no lo he visto —aclaré negando a la vez con la cabeza y las manos —. Pero... su camisa... Es la misma que llevaba Martiño ayer.

Hubiera esperado cualquier reacción de Carme, pero no la que realmente tuvo: sin mucha fuerza de voluntad, pareció intentar reprimir una carcajada que se escapó entre sus labios con un gran sonoro zumbido.

Se estaba riendo. En mi cara.

—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? —acusé con el ceño fruncido.

—¡Tía! —siguió carcajeándose —. ¿Te das cuenta de la estupidez que acabas de decir?

—Me alegro de hacerte tanta gracia, amiga —apunté con tono de enfado.

—Olaia —dijo suspirando mientras me agarraba de las manos —: no sé si eres consciente de que ayer viste a Martiño. Seguramente te fuiste a la cama sonriendo como una tonta y te quedaste dormida pensando en él. ¿Me equivoco? —Negué con la cabeza algo avergonzada —. Bien, entonces es normal que hayas llevado parte de él a tu sueño.

» Piénsalo un momento: si te digo que cuando te metas en la cama no pienses en payasos, ¿en qué pensarías?

—Supongo que en payasos —admití imaginándome a dónde querría llegar.

—¿Y en qué piensas que soñarías entonces?

—Vale, te entiendo.

—Olaia, que el hombre de tus pesadillas tenga la misma ropa que tu querido doctor Sexi es solo fruto de tu mente. Te dormiste pensando en él, y él se coló en tus sueños. Es incluso... morboso.

Reí con ella a carcajadas y mi humor cambió de inmediato. No había nada como una buena charla con mi mejor amiga como para que el día comenzara bien.

Me dio un gran abrazo cuando escuché que mi teléfono móvil sonaba avisando de que me había llegado un mensaje. Ambas miramos la pantalla iluminada y Carme se volvió de inmediato hacia mí.

—Vaya, Olaia... ¿El doctor Sexi y tú ya os dais los buenos días?

La ignoré con una sonrisa bobalicona en la cara y abrí el mensaje.


**Martiño: Buenos días, profesora
 Suárez. Espero que hayas dormido bien. **


***

Podría decir que el fin de semana no fue nada del otro mundo; que aproveché para organizar la semana de clases y preparar ejercicios para mis alumnos. Pero no fue así.

Yo, Olaia Suárez, por primera vez desde que había comenzado a ser profesora, me estaba tomando el fin de semana libre para poder flotar en la nube en la que me encontraba.

Martiño se pasó el sábado trabajando, pero aprovechaba cualquier ocasión que tenía para enviarme un mensaje. Por mi parte, odio admitir que no me separaba del teléfono y que, cuando este sonaba, me apresuraba en contestarle para poder cruzar algunas palabras mientras se tomaba su pequeño descanso del trabajo.

El domingo no pudo ser igual. El doctor se había pasado veinticuatro horas trabajando sin cesar, por lo que el último día de la semana se lo pasó durmiendo por necesidad. Aún con todo, tuve mi mensaje de buenos días y el de buenas noches. Aunque eso no fue lo mejor del día...

Me sorprendió enormemente cuando entré en mi cuenta de Instagram y vi que Martiño había subido una fotografía de nuestra cena. No tenía ni la menor idea de cuándo había tomado esa imagen, pero tampoco era de extrañar: no me la había sacado a mí, sino a la propia mesa, con un plato exquisito de comida y las copas llevas de vino. No se me veía, pero sí se podía apreciar la mano de una mujer sosteniendo un tenedor. Mi mano. Me sentí infantil al sentir todo ese revuelo en el estómago, solamente porque mi mano estaba en el Instagram del doctor Sexi.

Pero lo que realmente me hizo sentir volar fue el texto que rezaba bajo la instantánea:


Mi restaurante favorito ya no lo volverá a ser si no lo comparto contigo. #conociendogentemaravillosa #paracuándoelprimerbeso #notesacodemicabeza


Eso había sido demasiado incluso para mí.

Elefante plateadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora