Reino de ZenelLa llegada a Zenel fue un festejo inesperado.
Había bullicio y alegría en las calles del reino que era inmenso, el doble de grande que Aspen. Me pregunté ¿Cómo podían esperar mi llegada con grandes celebraciones si yo había sido raptada? Entonces lo comprendí, el rey Friedrich había mentido al pueblo. Efectivamente, yo sería presentada como su futura esposa, el reino estaba feliz de ver a su monarca contraer nupcias con la princesa de un reino con el cual podrían estrechar la paz. Pero todo era mentira.
Nadie mejor que yo lo sabía.
Para empezar yo estaba siendo obligada, separada de mis padres, de mi pueblo, yo no estaba enamorada de él, ni siquiera lo conocía. Y para tomar a un hombre como esposo, yo había prometido que lo haría con quien yo eligiese y mi corazón amase. Claramente, esa promesa no podría cumplirla, había fuerzas que actuaban contra mi voluntad y nadar contra la corriente, no siempre era la mejor idea. Estaba perdida de todas las formas posibles.
Una voz me hizo regresar a la realidad. Era el hombre de los ojos azules, desató mis manos y me obligó verlo a los ojos.
― Te cambiarás aquí.
Una mujer emergió en un carruaje real dorado, él me entregó a ella, antes dijo unas palabras a mi oído.
― Tenemos un trato, nunca dirás que me conoces.
Yo asentí asustada. La mujer de cabello negro azabache, cubierta de joyas doradas me veía devorándome como a una presa.
― Ante el rey y todo el reino soy Caín, pero mi nombre real es Raffael. Guarda esta información, nos será útil a ambos.
Me entregó por completo a la mujer cubierta de joyas y mientras bajaba del carruaje donde había sido traída como prisionera, no pude pasar desapercibido el cielo. Al salir de la especie de jaula lo vi, era un atardecer hermoso, las nubes se habían vestido de diferentes tonos y también divisé un bosque que parecía encantado, rojizo y susurrante.
El reino ante mis ojos también resplandecía. Tenía una belleza exótica, lúgubre y hasta cierto punto escuché una melodía que provenía de él. Era como si una invitación tentadora atravesase mi cabeza.
― Antes de entrar al reino te haremos un cambio de vestido, arreglaremos el desastre con el que vienes.
La mujer haló de mi cabello enredado por los días de viaje.― Y cuando entres al reino, vas a sonreír como una novia enamorada. Todo Zenel espera ver a su futura y radiante reina. No estás del todo mal, podemos arreglarte.
Ella sonrió fríamente. Una sonrisa que más que ayudar a controlar mis nervios, me hizo querer correr desquiciadamente.
―Entraremos en ese carruaje.
Señaló el carruaje real.
― Pero querida, sonríe que pareces vas a un funeral y no a conocer a tu prometido. ¿Sabes cuantas chicas quisieran estar en tu lugar? Eres muy afortunada.
No respondí. Respiré profundo y me obligué a reprimir mis miedos, a intentar olvidar cuan vulnerable me encontraba, porque al final de todo, no podía cambiar el presente. Así que de alguna forma debía aceptar el desafío que el reino que tenía al frente representaba.
Empezaron con mi cabello, arreglaron el “desastre” y me hicieron un moño alto, mi rostro descubierto fue suavemente perfumado y limpiado con especies aromáticas. El vestido que me obligaron a usar era uno color esmeralda, pomposo y lujoso. Cuando ellos creyeron que estaba lista, me ayudaron a subir al carruaje, que su parte de trasera estaba descubierta, como si de una carroza se tratase para exhibirme. Vaya que esta experiencia cada vez se ponía más humillante.
Sin embargo, ese solo fue el principio.
Estaba agotada, pero debía mantener una sonrisa radiante. Recordé las palabras de la tía Alondra en mi fiesta de cumpleaños “Qué maravilla de hija que les ha dado la vida. Es hermosísima, seguro se casará con un príncipe muy apuesto.” Si me viese ahora dije en mi mente extrañando a mi familia.
Entramos al reino, lucía como la princesa que era. Las multitudes se abarrotaban en las calles y al verme sonreían felices, genuinos y con rebosante algarabía. Mi vestido fue mecido por una leve brisa, y el verde esmeralda se combinó con las rosas de diferentes colores que lanzaban muchas de las personas. Tras el carruaje real venia el carruaje de Raffael y sus compañeros de hazaña.
Él me ofreció una mirada condescendiente y luego cerró sus ojos con una sonrisa de satisfacción. Su trabajo estaba hecho, yo ya había entrado a Zenel y el recibiría su recompensa.
El palacio apareció a mi visión como un imponente coloso. Todos los palacios que antes había visitado se quedaban pequeños, y vaya que no era una exageración. Había magia en él, un aura de grandeza me recibió en su entrada.
― Llegamos a palacio, alteza. Estaremos frente al rey Friedrich cuanto antes. Ha esperado por usted mucho tiempo.
Los soldados en guardia, me ayudaron a bajar del carruaje. El anochecer se acercaba. Al estar dentro del mismo, el techo contenía pinturas con escenas de enfrentamientos militares. Y en cada una de ellas, destacaba un caballero, al frente del ejército. Error, no era un simple caballero, era un rey.
― Es el rey Thomas fundador de los ocho reinos.
Una voz peculiar dijo tras de mí. Giré y me encontré a un hombre vestido de la realeza.
― ¿Ocho reinos?
Pregunté dudosa. Según la historia de Aspen solo habían existido siete reinos. Nunca había escuchado de un octavo.
― Siempre han sido ocho, solo que Zenel fue excluido del tratado.
¿Por qué mi padre nunca me habló de ello? El hombre notó mi cara de confusión.― No se preocupe alteza, ya tendrá tiempo para conocer nuestra historia.
Me ofreció una gentil sonrisa, a la cual respondí de igual manera.― Acompáñeme, el rey la espera.
Caminamos por amplios y lujosos pasillos hasta dar con la corte del rey Friedrich. Había ministros y familia real reunidos en las butacas. Y ahí estaba él. Sus ojos color avellana conectaron con los míos de una forma penetrante y feroz que no pude despegarlos. En mí se encendió una chispa, pero no era de atracción sino de ira y odio.
― Ante ustedes la princesa Leila de Aspen.
Pronunció el hombre que me dijo sobre los ocho reinos.
Caminé en línea recta por la amplia alfombra color vino al centro del salón y quedé frente al rey Friedrich, sin reverenciarlo, sin saludarlo. Me estaba jugando la vida, pero también mi dignidad, y si iba a morir, iba a hacerlo dignamente. Era un hombre de edad mediana, quizá treinta o treinta y cinco años. Labios rojos carnosos, tés morena y barba abundante. Dos ojos muy abiertos frente a mí, porque fue él quien se puso en pie y se acercó. Tomó mi mano para besarla y luego recorrió cada parte de mi cuerpo, desde mis pies hasta mis ojos. Hasta que sujetó mi mentón.
― Eres tan hermosa como me lo habían dicho, amada Leila.
No hubo respuesta ante su halago.
― Y lo mejor es que serás mi esposa.
Tomó mi rostro entre sus manos dispuesto a besarme y cuando supe sus intenciones giré mi rostro. Entonces, susurró a mi oído:
― Si no me obedeces, Zenel no será tu hogar feliz, sino tu tumba y contigo, te llevarás a tu reino.
En el instante entró Raffael y todo se detuvo...
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La Heredera
RomanceLa princesa Leila de Aspen nunca imaginó ser raptada el día de su cumpleaños número dieciocho, por el enemigo de su padre, el rey Friedrich. Durante el rapto reconoce a un hombre de su pasado en la Escuela Real. Ese hombre no es nada más ni nada m...