11. Fugitivos

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— ¡Llevenla a los calabozos y preparen la horca para el amanecer!

Friedrich alzó su voz. Toda la multitud se estremeció al escucharlo. Los soldados de Austin mantuvieron la compostura, pero en su rostro hubo impotencia. Yo era descendiente de su reino, eso contaba para que les afectase. Mi madre era hermana de la reina Miranda. Sin embargo, en Zenel, no había quién pudiese cambiar la voluntad del rey.

Seguía de rodillas ante mis enemigos. El destino lo había estipulado de esa manera. ¿Quién era yo para cambiarlo? Dicen que si el destino no está dispuesto a ceder, tú debes forzarlo, pero yo tenía la convicción que no puedes cambiar del destino que el universo tiene para ti.

Preferían pensar en que moriría y mis batallas terminarían. "No tienes nada por qué luchar" decía una voz en mi cabeza. Vi de reojo a Raffael, él sólo escuchó la orden de Friedrich y se propuso cumplirla.

— Vamos, Leila.

Demandó, dos soldados me levantaron. Y junto a Raffael me custodiaron. Empezamos el recorrido a los calabozos, sin embargo, giré a ver a la cómplice de Friedrich. Olivia hablaba a su oído y sonreía seductora. Su sueño de hacerme desparecer estaba por hacerse realidad.

Desde ese momento me enfoqué en mi camino. El palacio lucía más oscuro. Más como una prisión. Mi padre decía que el palacio de un reino era el reflejo de su pueblo. Papá estaba en lo cierto, el palacio de Zenel reflejaba a su gente. Triste y miserable. Sombrío y como una prisión.

Raffael me envió a los calabozos con los dos soldados del inicio. Se separó de nosotros pero antes de irse dijo:

— Voy a liberar a Luke, ya que estamos aquí, Friedrich ha cumplido su palabra aunque sea por una vez en su vida y me ha dado el permiso para liberarlo.

Los dos soldados que me custodiaban me introdujeron en una celda y se quedaron fuera para vigilarme durante la noche. Raffael apareció desde la sombras. Sacó su espada y asesinó a ambos soldados. Tras de él apareció Luke.

— Vaya, creo que ahora sí se te pasó la mano hermano.

— Hoy es el día. Merecía la ocasión. Además extrañaba usar mi espada.

— Yo extrañaba la libertad.

Luke se acercó a la celda a saludarme.

— Leila aquí estás. Tiempo sin verte.

Intenté abrazarlo pero las rejas me lo impidieron. Sentí tanta felicidad verlo bien a pesar de los días que pasó en la prisión por mi culpa.

—Luke, qué alegría verte fuera de peligro. Pero debo preguntar algo.

Esta vez vi a Raffael que se acercó a abrir la celda

—¿Hoy es día de qué?

— Hoy es el día de regresar a Aspen. Hoy inicia el viaje de regreso a casa. Pero esta vez, no viajarás sola. Yo iré contigo.

— Yo también iré.

Luke se unió a las sorpresas. Ambos sonreían. Sus sonrisas era transmitían luz. Mi corazón latía junto a mi alma. Me obligué a no llorar.

— También nos acompañarán ciertas personas.

Agregó Luke viendo de manera cómplice a Raffael.

— La pregunta es ¿Cómo saldremos de aquí?

Les interrogué. Necesitaba saber qué era lo que tenían en mente.

— De la misma manera en la que lo hacen en la guerra.

No entendí a lo que se refería. Luke lo notó así que respondió.

— Por este túnel.

Levantó la única silla que había en la celda. Quitó una alfombra gastada que cubría el suelo y pude ver que había excavado. En ese instante apareció un grupo de cinco hombre que emergieron de la oscuridad. Entré en alerta. Creí que eran hombres de Friedrich pero estaba equivocada.

— No te asustes. Son los hombres leales de Raffael. También Irán con nosotros.

Luke los presentó.

— Alteza, es un honor servir es esta justa causa.

Dijeron.

— Gracias caballeros.

— Démonos prisa, no tenemos tiempo. Nos esperan a la salida del reino.

El primero en entrar al túnel fue Raffael. Seguido de sus hombres. Luke me respaldaba y me ayudó a entrar. Encendieron antorchas y éstas iluminaron el espacio reducido que había bajo palacio. El túnel nos llevó al bosque. Del cual salimos y nos adentramos en el reino.

En el mercado, una mujer apareció tras nosotros. Creí que se trataba de una infiltrada pero no lo era. Llevaba un vestido gris y había cubierto su rostro con una manta.

— ¡Leila. Gracias al cielo que estás bien!

Dijo abrazándome. Quitó su manta y la reconocí en la oscuridad.

Era Kristal.

Quien había abandonado la aldea días antes que me regresaran al palacio como una prisionera.

— ¿También vas?

— Si. No podía perderme estas vacaciones en tu reino. Ya quiero conocer Aspen.

— Por dios, Krista, esta no son vacaciones. Nos estamos jugando nuestras vidas con este plan.

— ¿Tienes que arruinar mis ilusiones? Con razón Eloise pasa tan bien sin ti en casa.

— ¡Basta! Se ponen al día cuando estemos fuera de Zenel!

Regañó Raffael, mientras avanzábamos. Nuestros pasos eran rápidos. Llegamos a la salida del reino, la más alejada de todas y la más abandonada.

Vi los cuerpos de soldados que custodiaban las salida tirados en el suelo, muertos.
Primero apareció una mujer. Era Eloise. Y tras de ella. Tres hombres. Eran los jefes de la aldea Esmeralda. Los mismos que me habían pedido que saliera de ella para no ponerlos en riesgo.

Y ahora eran parte del plan.

— La próxima salida está hacia el este. Saldremos por ella. Haremos pasar a Lena como una mendiga. Asesinamos estos soldados para que el rey crea que dejamos el reino por este rumbo. Así nosotros tendremos tiempo para llegar a Aspen.

Raffael anunció.

— Era un grupo grande.

Todos los amigos que había hecho en Zenel iban conmigo a Aspen. Todos dispuestos a pelear conmigo.

Me llenaba de ilusión saber que vería pronto a mis padres. Y que sabrían la clase mujer que era Olivia.

Adiós Zenel.

Dije en mi mente dejando atrás el reino. Porque logramos salir sin problemas. Ahora el problema era el camino a Aspen.

— ¿Estás lista?

Preguntó Raffael a mi lado, viéndome de reojo. Después tomó mi mano.

— Estoy lista.

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