La Heredera

12. luciérnagas

Está bien no estar bien.

Está bien sentirte en la cima del mundo. Está bien derramar lágrimas, todo el mundo lo hace. Está bien caer rendida.

Pero jamás te quedes en suelo.
Jamás te pierdas a ti misma.
Jamás olvides a quienes estuvieron contigo en el camino a la Victoria.

Mi padre decía mientras acariciaba mi cabello. Era su recuerdo en forma de sueño. Yo a los diez jugando en el jardín, me cansé y me recosteé en el pecho de papá, el rey Vicent.

Desperté abruptamente. Mi padre desapareció en el sueño y se perdió entre la luz, entre las rosas y los espinos. Papá jamás me había abandonado. Él estaba conmigo. En su sabiduría brindada en forma de consejos, en sus palabras adornadas y embellecidas. En el cielo plagado de estrellas. En el viento arrasador y en el cantar de los grillos.

Ese sueño me lo había confirmado.

Estábamos durmiendo, la primera noche en el bosque camino a Aspen.

Vi a mi alrededor. Todos dormían bajo la luz de la luna. Excepto Raffael. Él se había alejado. Sentado en una roca junto al río veía el agua correr y la luna reflejarse en ella. Me levanté y caminé en silencio hasta tomar también asiento en la espaciosa Roca.

Ninguno emitió palabra. Hablamos en silencio. Al ritmo de nuestras almas. Con luz de luciérnaga que volaban entre los arbustos y árboles. Sobre el río y sobre nosotros.

Ambos sufrimos en silencio. Con las heridas sin sanar y con anhelos por alcanzar. Había esperado todo el día ese momento en el que pudiéramos hablar a solas. Me agobiaba saber que podía llegar a sentir cosas por Raffael. Cosas que nunca antes había sentido. . Era nuevo para mí ponerle nombre a lo que sentía por él.

— ¿Lo que dijiste antes era lo que realmente sientes?

Las palabras abandonaron mis labios en un murmullo.

Raffael lanzaba pequeñas rocas al agua. Pensé que no respondería hasta que su rostro giró. Sus ojos se encontraron con los míos sin que antes pudiera reaccionar.

— ¿A qué te refieres?

Cuestionó casi en un susurro, con dudas en su mirar.

— A tus palabras cuando me entregaste a Friedrich. Dijiste cosas que me hicieron lamentar la vida.

— Fue real, en parte. He aprendido a defender a las personas que amo . Ideé un plan para salvar a Luke y que también te salvara a ti. No podría perder a uno de los dos. Me lamentaría toda la vida.

Sus palabras me dejaron con más dudas que respuestas. Había dicho "a las personas que amo".

Hizo una pausa para arrojar una roca al agua.

— Ya una vez lo perdí todo, pero pelearé para recuperarlo.

— ¿Somos amigos?

Pregunté. Mi garganta dolió al hacerlo. Una daga atravesó mi corazón. Pero no podía llamarlo de otra forma, no mientras no supiese si él sentía lo mismo que yo.

Él se tomó unos segundos en responder.

— ¿Quieres que seamos amigos?

Asentí sin pensarlo dos veces. Raffael sonrió, pocas veces había notado esa luz en su rostro que solo se dejaba ver al sonreír.

— Entonces oficialmente somos amigos.

Me estrechó su mano. También sonreí al verlo brillar aún medio de la noche. Me conformaba con tenerlo como amigo. Ese era un buen principio.

— Es un honor que sea mi amigo, Majestad.

Después de todo, él era un rey.

— Él gusto es mío, Alteza.

Y después de todo, yo era una princesa.

Raffael regresó su atención al agua. Parecía que estaba aclarando sus pensamientos. Nunca antes lo había visto tan libre y melancólico. Quizá era por la noche, por el cielo o por mi compañía. Quise creer que era por lo último.

— Nunca olvidemos esta noche donde empezó nuestra amistad.

Propuso.

— No, nunca lo olvidaré. Es un promesa.

Respondí viéndolo directamente sin temor a qué él me descubriera perdida en su rostro.

— Aclarado todo esto. Es hora de ir a dormir.

— Es buena idea.

Fue lo único que logré responder.

— Por cierto, luces hermosa cuando estás nerviosa.

Dijo levantándose para ir a dormir a su sitio.

Lo había notado. Él había notado todas la emociones que había experimentado esa noche en nuestra conversación.

— No te preocupes por ocultarlo, yo también estaba nervioso.

Desfallecí ante su confesión. Así era el universo, impredecible como el destino...