Poniendo los ojos en un futuro

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Ninguno de ellos debía estar donde correspondía, algunos había acabado tirados en el suelo y había pasado ahí la noche — más concretamente hablando de Kai, que estaba ahora en medio de la sala de tal manera que con solo ver la posición en la que estaba, me dieron escalofríos — pasé por encima de él e ignoré sus ronquidos, que eso era lo que retumbaba ahora por todo el edificio seguramente.

Me puse ropa suelta y fui a dar un paseo a solas por la costa — eso de ir acompañada estos días no lo iba a practicar mucho —. La arena, ahora fría, cosquilleaba mis pies y era una sensación agradable por muy complicado que pueda parece. El sol pegaba fuerte esa mañana, pero eso no me impidió seguir con mi caminata.

Era una zona poco urbanizada, lo que le daba un toque más privado a la zona, sin decir, que las vistas al mar eran preciosas. Había alguna pareja mayor paseando por la playa, hablando de sus cosas y parecían realmente felices, hasta creo que les llegué a tener envidia por un momento.

Pasé de largo casi con prisa hasta que llegué a una zona que era más rocosa, y me quedé ahí sin hacer nada mas que tomar el sol hasta que mi piel pasó de estar pálida a coger tonos un poco más rojizos.

Como siempre, me traje un libro de esos que me consiguen engatusar y sacar del mundo real — que de vez en cuando venía bien — y antes de que me hubiera dado cuenta, las horas se había pasado delante de mis ojos.

Despegué mi atención de las paginas y la centré más en lo que había alrededor.

Había una zona con más vegetación y solo se podía ver a penas una casa oculta entre los arboles, solo se veía el tejado pero por la longitud de este, sabía que pequeña no era. No aparté la mirada de aquel lugar y me permití divagar con mi mente escenarios que sabía que nunca ocurrirían, por eso era divertido, o al menos yo lo veía de esa manera, como un pequeño mundo solo para mi.

No quería volver todavía a aquel circo que había venido conmigo y mucho menos a enfrentarme a Alec de nuevo. Entonces mi mejor opción en ese momento fue ir a investigar aquel sitios que ahora me había cautivado tanto, el problema era que no sabía como llegar hasta ahí.

En ese momento me negué a preguntar a nadie de los de la zona, podía yo sola — al menos eso fue lo que me estuve diciendo a mi misma constantemente — pero eso era imposible. El lugar a pesar de ser pequeño, aquel sitio estaba alejado y no sabía siquiera por donde tirar.

Pensé que era una perdida de tiempo el estar rondando por las calles de un lado para otro si tener un lugar fijo al que ir, y entonces regresé al pequeño sitio en el que nos habíamos estado, pero esa vez no pasé de largo. Me detuve a hablar con la señora que estaba delante del mostrador.

Le estuve comentando mi pequeño hallazgo y si ella conocía aquel sitio, pero sin sorprenderme nada, no sabía a que me refería.

— Oye — me detuvo ella cuando estaba por entrar al ascensor — últimamente la luz esta fallando, es mejor que cojas las escaleras — me advirtió con una sonrisa.

Pero despues de la plaza que me había dado antes, eso era lo ultimo que me gustaría hacer.

— Perdona — dijo una tercera voz — ¿Dónde están los hielos? — ambas nos giramos a la vez, solo que una tenia la sonrisa mas grande que la otra.

No me había parado a pensar con detenimiento lo que había pasado la otra noche, pero si que sabía que me sentía totalmente arrepentida y si me ponía en los pies de Kai, traicionada, y él no se lo merecía.

Nadie se lo merecía.

Pero yo como la ilusa que era, había caído rendida a sus pies como tonta, eso si, no se repetiría. Eso estaba muy claro. De todas formas, él tampoco podía enterarse y confiaba en que Alec tuviera las luces suficientes como para llegar a esa conclusión por el solo.

Pretendí seguir hablando con aquella mujer e intentar ignorar el hecho de que no estábamos solas, pero por desgracia ella no capto mis indirectas y de dirigió a él con su gran sonrisa.

— En la parte de atrás — puse los ojos en blanco solo por escuchar un cumplido dirigirse a él, uno que nunca llegó a pronunciarse, pero estaba segura que eso era lo que le faltaba por decir a la señora.

Este se fue no sin antes regalarnos a ambas una sonrisa un poco forzada, pero por mi no fue respondida. Ni siquiera aparté la mirada de un folleto que había cogido del mostrador cuando este paso por detrás. El papel estaba ilustrando un mapa que me importaba tres, pero me servía para ese instante.

— Elige bien, cielo — dijo la anciana con detenimiento.

Mire hacia el ascensor, pero no sabía porque le daba tanta importancia a ello, sonreí despidiéndome de ella y, como siempre, hice caso a lo que los demás me decían y subí por las escaleras casi con los pulmones fuera.

Para cuando llegué, todo seguía como lo había dejado por ultima vez, solo que ahora había caras largas por todo el piso y por desgracia me tocaba lidiar con ellas.

No todo el oro brilla igual (2º libro de No todo lo que brilla es oro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora