Eres mía y yo soy tuyo

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Desayunamos sin prisa a pesar de que el tiempo estaba en nuestra contra.

— ¿Quieres un poco? — dijo Alec mostrándome el enorme bote de nata que tenía en la mano con una sonrisa y sin querer puse cara de asco. — ¿No te gusta?

— ¿Pero cómo te puede gustar eso? — este levantó las cejas indignado y repetí su gesto con el mismo asombro pero cada uno volvió a lo suyo después de eso, al menos eso fue lo que creí.

— Pruébalo — me acercó el bote y pretendía que yo me lo tomara a palo seco, algo que no ocurriría y solo de pensarlo me entraban arcadas. — Niña pequeña... — susurró antes de que el desastre comenzara.

No sabía quien empezó lanzando la nata, pero llegó un momento en el que ambos estábamos cubiertos de ella hasta las cejas y un mar de risas inundó el comedor y gracias a eso nos llevamos miradas de desaprobación del resto de gente que teníamos alrededor.

— Alec, la gente nos mira raro... — dije ocultando mi sonrisa y con la cabeza agachada. Él miró a los lados para comprobar que eso era cierto y también se puso en la misma posición en la que yo estaba.

— Porque son unos envidiosos, pero si nos escondemos encima de la mesa creo que nos seguirán viendo — dijo este susurrando para que solo yo le pudiera escuchar.

— ¿Tú crees? — dije con ironía y riéndome al tiempo.

Este aprovechó y metió más de esa comida que tanto aborrecía en mi boca del tirón. Puse una mueca de asco y este estalló en carcajadas.

— Está malísima — dije riendo ahora con eso en los labios e intentando quitármelo sin que tocara mi lengua, pero Alec terminó de limpiarme con su dedo con una sonrisa.

— Y tu eres rara — contestó este con el mismo ápice de alegría. — ¿C-

— ¿El señor Montero? — ambos miramos en la dirección en la que el hombre había hablado. Era bajito y rechoncho, como un oso de peluche, pero eso sí, desprendía un olor que hacía perder el apetito y eso Alec también lo notó.

— Soy yo.

Los dos estábamos todavía con restos de esa espuma blanca que aparentemente estaba rica, aunque a mi todavía no me lo parecía y ocultamos nuestra risa durante el tiempo que este estuvo hablando.

— Llevo veinte minutos fuera, ¡veinte! Salimos con retraso y cobro por tiempo, es su elección aguardar más. Os espero en el coche.

Se quedó viendo un momento la comida de la mesa y cuando me aclaré la garganta para que este reaccionara, salió con paso lento por donde había venido y junto cuando dejamos de verle, estallamos en carcajadas.

— La culpa es tuya — dije levantándome y encaminándome a la habitación a recoger las últimas cosas que faltaban por empacar.

— Entonces ya estamos empate — me guiñó un ojo cuando habló y antes de que yo pudiera responderle, este me cogiera por la cintura y empezara a dar vueltas por el pasillo como si nadie nos pudiera ver. Pero no iba a mentir tampoco en ese momento, se sentía bien estar así.

➳➳➳➳➳➳➳

Nos metimos ya en el coche que nos llevaría de vuelta a casa, apenas tardamos unos minutos más desde que el conductor nos avisó de que íbamos tarde, pero eso no nos importó.

Según el GPS serían unas horas hasta llegar a nuestro destino, aproximadamente 2 horas, tendríamos para aburrirnos... o al menos eso era lo que yo creía que él estaba haciendo.

Me quedé mirándole como quien ve su paisaje favorito en el mejor de los momentos, cada vez más impresionante, pero esa cursilería era ya parte de mí, sin embargo no se cuanto tiempo estuve así y acabé aburriéndome antes de lo que había esperado.

No todo el oro brilla igual (2º libro de No todo lo que brilla es oro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora