Cena para cuatro por favor

126 10 0
                                    


Y así lo hizo, me privó de mi libertad y me hizo ponerme uno de esos tropajos que ella llamaba ropa para salir, aunque de elegante no tenía nada.

Hace unos días Leo me dejó claro que ellos dos eran como hermanos, pero debe ser que hoy había una excepción.

Kai al parecer sí que sabía lo que estaba pasando o lo que estaba por llegar, pero ninguno de los dos chicos se había molestado en vestirse apropiadamente, pero no era nada nuevo tampoco

Leo estaba constantemente pegada a él y Alec parecía realmente sofocado por eso, pero no se apartó. Yo sin embargo estaba como una lapa al lado de Kai, y de hay no me movería.

Había hecho una reserva en unos de los restaurantes que veía cuando salía a correr, no estaba nada mal, la verdad, habían tenido muy buen gusto cuando eligieron el lugar.

Nos sentamos mi pareja y yo al lado, Leo enfrente de Kai y Alec delante de mí. Nos dejamos aconsejar por los camareros y en un abrir y cerrar de ojos estábamos comiendo, pero de nuevo, solo estuvimos nosotros cuatro.

— Está rica — dijo Kai en voz alta.

— Si quieres postre te puedo consentir luego un poco — susurró Leo cerca de Alec, pero ese murmullo acabó resonando por toda la mesa y no pude evitar estallar en risas mientras el agua que había tragado amenazaba con volver a salir.

La expresión de Alec era digna de enmarcar, tenía entre cara de espanto y de asco. Por el contrario Kai quiso ignorar ese comentario y hacer como que nunca se había dicho.

— Estoy comiendo, ¿puedes callarte hasta que terminemos? ¿Serás capaz? — una risa nerviosa salió de ella y en un solo chasquido toda su seguridad se transformó en vergüenza. Tuve que hacer el esfuerzo por mantener la compostura y volver a ser alguien civilizado.

A partir de ese momento ninguno volvió a decir palabra y eso fue lo único que estuvo bien de toda esa cena. Al parecer a Leo no le había salido la jugada como esperaba y eso me sentó bien.

Sentí en algún momento dado unas pataditas en el pie, no muy fuertes, pero lo suficiente como para darte cuenta de que había alguien que buscaba atención.

Levanté la mirada para ver qué era lo que quería ahora, pero él solo apartó la mirada pero no dejó de mover sus pies, despacio y con movimientos suaves, tanto que casi hacía cosquillas su tacto, así que yo imité sus acciones.

Jugábamos como niños pequeños debajo de la mesa pero igual eso tenía otro fin, no lo sabría, solo me dejé llevar por el momento.

Al menos Kai y Leo sí que consiguieron dar un tema de conversación — en el que por supuesto nosotros dos no estábamos incluidos — pero eso lo aprecié también.

Todo transcurrió deprisa, más de lo que podría haber imaginado, estábamos ya por salir del local, pero ellos dos se quedaron atrás y el olor a cigarrillo empezó a invadir la acera y lo aborrecía.

— ¿Desde cuándo fumas? — le pregunté a Kai seria. Desde luego que me esperaba que Leo lo hiciera, ¿pero él? Cada día había una cosa nueva.

— Solo serán unos cigarros, enseguida vamos — y con esa despedida nosotros nos fuimos sin decir palabra.

Saludamos a María, la portera, y sin tener muy en cuenta el problema de la luz, subimos al ascensor sin pensarlo.

Gran error.

Me quité los tacones que ya me estaban empezando a hacer daño sin esperar a que llegáramos a la habitación y  que liberación.... Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse y los botones se encendieron indicando que iba a subir, pero el ritmo al que iba me hacía cuestionar muchas cosas, tal vez una tortuga era más rápida.

— ¿Qué tal te ha parecido? — pregunté. — Leo, quiero decir.

— No me termina de convencer.

— ¿Entonces por qué aceptaste ir a cenar con ella? — este sonrió levemente

— Le costó convencerme, tuvo que meter a más gente al plan para que yo dijera que sí — este me miró y me sonrojé levemente sin querer.

Iba a abrir la boca para volver a hablar pero las luces se apagaron y el elevador se paró casi en seco, haciendo que ambos acabemos sujetos el uno al otro para evitar caernos. Habiendo nada mas una luz que centelleaba de color rojo para iluminar.

— ¿Estás bien? — asentí con la cabeza y me dirigí a ciegas al interruptor donde estaban todos los botones y empecé a darles como loca a todos ellos hasta que, como no funcionaba nada, le acabé dando golpes. — ¿Te sientes mejor?

— ¡No, joder! — me empecé a sofocar por el espacio cerrado.

Él lo estaba llevando con bastante calma, no sabía como lo hacía, pero necesitaba un poco de esa tranquilidad que él tenía. Se sentó en el suelo y esperó a que milagrosamente algo pasara.

Saqué el teléfono y empecé a llamar a cualquier número que encontraba que estuviera cerca de nosotros, pero sorpresa, ninguno contestó.

— Relájate, no va a pasar nada.

<<Y tengo que hacerte caso, ¿verdad?>>

— Seguro que se volverá a encender pronto — me aseguró él, pero era mentira.

Desde que había dicho eso habían pasado ya unos cuantos minutos y ni siquiera María se había dado cuenta del pequeño fallo que habían tenido sus instalaciones.

Me senté a su lado y respiré con normalidad. Ambos teníamos las manos cercas, y como si se tratara de una película romántica americana, las entrelazamos y nos las soltamos.

— ¿Vas a volver a apartarte? — preguntó él.

— Puede que sí... puede que no.

— Entonces no la voy a soltar por si acaso — sonreí por el comentario y él me devolvió la sonrisa.

— Me parece bien — respondí sin pensar mucho lo que estaba diciendo.

No todo el oro brilla igual (2º libro de No todo lo que brilla es oro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora