21| El Niño Que Quise

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Rose Collins.

Eros no estaba bien, no necesitaba ser muy inteligente para darme cuenta de ello y por alguna razón, una parte de mi se estaba esforzando demasiado por animarlo. Nunca antes había considerado la carga que él llevaba en sus hombros, el hecho de tomar decisiones difíciles todos los días y saber que sea cual sea la que elijas, habrá alguien en desacuerdo. Nunca pensé que detrás de esas decisiones había una persona que siente y piensa.

Hoy había conocido dos facetas de Eros, una dura e inquebrantable y otra vulnerable, que sólo buscaba consuelo. Una vez, mi padre me dijo que es imposible tomar decisiones de vida o muerte y seguir siendo el mismo de siempre; con cada decisión que tomas, una parte de ti se desprende. Ahora parecía lógico que el niño que alguna vez quise ya no existiera, sin embargo, reconocía esos ojos tristes.

No podía darme el lujo de analizar mis sentimientos por el momento, lo más importante era ayudarlo.

Ya habíamos comprado la comida y decidí detenernos a un costado de la carretera para comer nuestra parte, me parecía muy pronto para regresar a la casa. La mirada de Eros estaba pérdida en el horizonte al igual que sus pensamientos, lo observé por mucho tiempo y nunca se percató de ello.

Contemplé la forma en la que sus pestañas se curvaban, el brillo de la noche reflejado en sus ojos verdes, su cabello revuelto y la barba creciente. Sin duda, Eros era un hombre atractivo y podía entender por qué siempre fue popular entre las chicas. Incluso ahora se veía bien, a pesar de que tenía el alma por los suelos.

Espera, esos pensamientos no son propios de mi.

Mis mejillas comenzaron a arder y bajé la ventanilla, miré hacía el lado opuesto ignorando la confusión del chico a mi lado. Tomé la gaseosa para llevarla a mi boca, esperando que su frescura me ayudará a enfriar mi cerebro. El viento de la noche era agradable, no hacía frío. Creo que nunca analicé tanto el clima, jamás en mi vida le presté tanta atención al césped.

— ¿No te duele el cuello de estar tanto tiempo mirando por la ventanilla? —preguntó Eros.

Me aclaré la garganta.

— No, para nada.— me encogí de hombros.— ¿Cómo te sientes?

— Bien.

Mentiroso.

— ¿No piensas comer? —inquirí con la ceja levantada.

— No tengo hambre por ahora.

Suspiré dejando la gaseosa de lado, no sabía qué hacer o decir. Había perdido esa capacidad de consolar a las personas, más bien, estaba tan escondida que ahora me costaba trabajo encontrarla. No tardé en sentirme inútil tras no poder ayudarlo, pero mantuve la calma y alejé esos pensamientos ya que no me servirían de nada.

— Debe ser difícil estar en tus zapatos, muchas personas esperan algo de ti que no sabes si eres capaz de dárselos y luego si los decepcionas, te critican.— comencé armándome de valor.— No puedo odiarlos ya que una vez yo también fui como ellos, te critiqué, odié e incluso deseé lo peor.

>> Pero, ¿Sabes algo? Sigues de pie y eso es admirable. Lo que quiero decir es que eres mucho más fuerte de lo que tú crees...

— Te lo agradezco Rose, pero eso no quita el hecho de que tomé decisiones horribles.— las lágrimas iluminaron sus ojos.— Soy un monstruo y lo sabes muy bien, no tienes que justificarme.

— Fuiste un niño obligado a crecer en un mundo horrible donde lo que más importaba era sobrevivir, no puedo criticarte por buscar la manera más efectiva de salir con vida.— admití con las manos temblorosas.— El hecho de que te lamentes por cada una de tus decisiones demuestra que no eres un monstruo, eres una persona con corazón bondadoso.

Pequeño Demonio: Bestia | EDITANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora