Rose Collins.
Los recuerdos suelen ser un arma de doble filo, algunas veces son la razón por la cual nos esforzamos y otras son los culpables de nuestra tristeza. Ahora mismo, yo me encontraba entre ambos sentimientos. No sabía si debía continuar acercándome a Eros o debía detenerme, de todas formas, lo último sonaba imposible. Eran tantos sentimientos al mismo tiempo que resultaba inútil analizarlos, sólo me quedaba aceptar cuánto lo quería.
Sin embargo, aceptar algo así no era tan fácil como sonaba. Esta tarde no había sol, las nubes lo cubrían todo y anunciaban una tormenta que no tardaba en llegar. Aparté mis ojos del cielo para observar la calle solitaria frente a mi, últimamente el mundo se veía demasiado vacío y rápido para mi. Todas las personas avanzaban, seguían sus metas mientras que yo me mantenía de pie en el mismo lugar.
Recuerdo la primera vez que les dije a mis padres que quería ser violinista, les dije que amaba la música y me dedicaría a ella. Antes lo habría visto ingenuo pero ahora me parecía que eso fue lo único real en mi vida, una razón verdadera que nació de mi y no de otros. Extrañaba aquella felicidad que me proporcionaba la música, deseaba poder volver a esos días donde mi única preocupación era aprenderme las notas.
Mis zapatillas se habían ensuciado demasiado, me llevaron a lugares que jamás habría pisado si me hubiesen dado la oportunidad de elegir y dejé de cuidarlas. Tomé asiento en un banco cerca de nuestra casa y contemplé mis pies, había caminado mucho para llegar hasta aquí pero sabía que no era lo que yo quería. Lo hice porque las circunstancias me obligaron.
¿A dónde quería ir yo? ¿Con quién quería ir?
Eran dos preguntas que tenían una respuesta en mi corazón pero mi mente no me permitía oírlas. La música a través de los audífonos sonó más fuerte cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, las personas que antes caminaban comenzaron a correr en busca de refugio y yo me limité a seguirlos con la mirada. Algunos compartían paraguas, otros entraban a las tiendas y el resto seguía su camino.
No me molestaba la lluvia ni los truenos, lo único que me inquietaba era no saber qué hacer a partir de ahora. A decir verdad, creía que mis preocupaciones eran más grandes que una tormenta. Cerré mis ojos escuchando la música cuando las gotas desaparecieron, fruncí el ceño y al abrirlos lo vi de pie frente a mi. Tenía el cabello húmedo, su pecho subía y bajaba mientras que sostenía aquel paraguas azul.
— ¿Qué haces...? —me interrumpió.
— ¿Acaso quieres pescar un resfriado? ¿Por qué estás bajo la lluvia? Te enfermeras.
Su voz sonaba molesta pero había algo en el tono que la suavizaba, como si a pesar de estar enojado quisiera ocultarlo. Respiré hondo aceptando la pequeña felicidad que me causaba verlo, me puse de pie y sujeté el paraguas con mi mano rozando la suya. Él me observó.
— ¿Ryan y Selene llegaron? —pregunté y negó.— Entonces aún tenemos tiempo.
— ¿De qué hablas?
— Quiero tomar un café y comer pastel.— me encogí de hombros tirando del paraguas pero él se mantuvo en el mismo lugar.— ¿No me acompañaras?
— ¿Te encuentras bien? —su pregunta me hizo vacilar.
— ¿A qué viene eso?
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Pequeño Demonio: Bestia | EDITANDO
RomansaEn cuanto más fuerte sea la traición, más fuerte se volverá la víctima. Dos personas que alguna vez se amaron, ahora se enfrentarían en una pelea a muerte. Él la había lastimado de una forma inolvidable, ella lo engañó como la mejor atacante dentro...